Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com

Son las 3:50 a.m. en ciudad de Guatemala. El repartidor de pan ya está dando vueltas en su bicicleta, las compañeras están por instalarse en su puesto, donde venderán periódicos, unos minutos después empiezan a estacionarse los primeros taxis colectivos en los que viajan cinco, además del piloto, lo cual no importa tanto si así se llega más rápido y “barato” al trabajo.

Está amaneciendo y los puestos de comida ya están instalados, también está ya en la esquina el “Doncito”, un anciano en silla de ruedas que pide limosna entre los carros; cuando lo vi la primera vez aún caminaba y vendía dulces, ahora ya no tiene una pierna y pasa todo el día allí, en su lugar de trabajo. Esta es la cotidianidad, los fines de semana (como en época de vacaciones escolares) las niñas y los niños acompañan a sus madres en sus puestos de venta, llegan bien abrigaditos.

Durante todo el día la actividad no para, alrededor de donde me encuentro, hay decenas de personas trabajando en la calle, hay gente de todas las edades, desde niños a ancianos y que vienen de todo lados de Guatemala, cada persona es una historia, la mayoría son migrantes indígenas. La comida por acá se deja de vender hasta pasada las nueve de la noche, cuando también empiezan a cerrar las tiendas después de dieciséis horas de estar abiertas y ser atendidas por las mismas personas durante todo el día, todos los días.

Todos estos (y muchos más) son trabajos y trabajadores invisibilizados, que no cuentan en las estadísticas porque son “informales”, que viven el día a día porque no tienen un ingreso fijo y no tienen derechos laborales. Son socialmente estigmatizados y por pobres criminalizados. Son a los que el alcalde Arzú “recomienda” agarrar a garrotazos y a quienes quisiera borrar del panorama “citadino” como se ha borrado él mismo cualquier proceso legal en su contra, o sea, no más así de fácil y cuando este lo ordene.

Y es a estos trabajadores a quienes siempre se les indaga o reclama con escozor su condición de “informales”, acusándolos de que no pagan impuestos como si se tratara de corporaciones que los evaden. El racismo y clasismo con que nos forman nos hace desvalorizar y desacreditar el trabajo duro y transparente que sostiene a miles de familias en este país porque es el trabajo que hacen los pobres, contrario a esto, aprendimos a vanagloriar la corrupción del rico por ser rico, a quienes no se les cuestiona, incluso, sus crímenes aunque estos sean evidentes, como tampoco se reclama a quienes los solapan, porque estos son funcionarios o empresarios; es más los mantenemos bien, sostenemos sus riquezas con nuestros trabajos.

“Las órdenes se cumplen y no se discuten” dice un “principio” militar que parece funcionarle muy bien a esta élite cuando le conviene y aun así socialmente es asociada con la disciplina y el “honor” que de honor no les queda nada más que prófugos y genocidas absueltos.

 

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