Gladys Monterroso
licgla@yahoo.es

“Pierde una hora por la mañana y la estarás buscando todo el día.”
Richard Whately

Nos enfrentamos un día sí y otro también a una sociedad eminentemente burocrática, en la que priva la forma sobre el fondo, siendo este el más importante, los excesivos formalismos han dado surgimiento a que se cierren las opciones de pequeñas inversiones, y la mayoría de las personas apuesten más por la informalidad, debido a que entrar a la formalidad genera desgaste económico, físico, y hasta emocional.

Veamos, para abrir una empresa, el primer gran muro con el que se enfrenta el inversor, es el Registro Mercantil, ¿Cuánto dura la inscripción de una empresa? Depende de criterios arcaicos muy alejados de las facilidades con la que actualmente el mundo evoluciona, se rechazan constantemente las gestiones en la mencionada institución, por cualquier motivo, argumentan los funcionarios que no se pueden mezclar actividades comerciales, por ejemplo si el objeto es vender carne, no pueden vender gaseosas, porque aunque fuese en la misma dirección debe inscribir empresas diferentes.

El mayor problema estriba en que le rechazan el expediente hasta diez veces, siempre el motivo es diferente, y el argumento muchas veces pueril, pero el resultado para el usuario, tiene varias consecuencias como las siguientes a) La gestión se retrasa, y el negocio no puede principiar a funcionar, b) Si vuelve a reingresar el expediente subsanando previamente el motivo del rechazo, debe pagar por cada vez que lo reingrese Q25.00, más el impuesto del timbre propio del documento en si, por ejemplo si se trata del Nombramiento de un Representante Legal, cada reingreso, significa un timbre fiscal de Q100.00, más los propios del documento, adicional a lo anterior, tiene que hacer enormes filas, una para que le informen el porqué del rechazo, otra para recoger el documento, y otra para ingresarlo o reingresarlo.

Pero el calvario no termina ahí, si decide ingresarlo como primer documento (para obviar el reingreso) tiene que cumplir con el arancel, mismo que recientemente fue aumentado, arbitrariamente como siempre, ahora, si quiere saber el motivo del rechazo, le dan audiencia con el operador solamente una hora en la mañana, pero previamente tiene que avocarse al calificador, funcionario que calificará si a su criterio el usuario amerita que el operador se moleste en recibirlo, si el calificador estima que no, pues no sabrá qué criterio utilizó el operador.

Reingresa su expediente, y lo vuelven a rechazar por una minucia, lo que significa volver a empezar con llenar los formularios nuevamente, elaborar los documentos, y pagar, para que encuentren otro motivo por el que su expediente es descalificado, aunque se trate del mismo operador/a, si bien, deberían enumerar todos los motivos de la no aceptación del documento en mención, no es así, y vuelve el círculo a dar vueltas.

Después del suplicio en el Registro Mercantil, el usuario se enfrenta a otro similar en la SAT, que tiene sus propios purgatorios, para inscribirse como contribuyente de los diferentes impuestos, tiene que presentarse personalmente a la institución recaudadora, de la que en la capital contamos solamente con tres agencias, en las que se centralizan todas las gestiones, lo que se traduce en infinitas colas, adicional a los cambios de criterio de la administración, y con lo personalísima que es la gestión, el usuario tiene que presentarse solo y sin conocimiento claro de lo que tiene que hacer, total, un día desaprovechado, ¿Por qué debemos de ser tortugas en vez de liebres? Por intereses económicos en el caso del Registro Mercantil, mientras más rechazos, más dinero a las arcas del Ministerio de Economía, en el caso de la SAT, falta de políticas de apoyo y acercamiento al contribuyente, resultado, informalidad.

La corriente anglosajona clasifica lo informal como el conjunto de gestiones económicas, que se practican lícitamente dentro de un mercado, pero sus transacciones no son registradas en las estadísticas nacionales, con el objetivo de eludir total o parcialmente los controles del Estado, entre ellos los impuestos, dado que las costumbres le han permitido cierta legitimidad.

Derivado lo anterior, en una burocracia creciente y monótona, que desacelera nuestra economía, ya bastante maltrecha.

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