René Arturo Villegas Lara

Volviendo a mis andanzas preferidas de las prosas mundanas, que me llenan más que los temas jurídicos, les cuento que el 19 de enero del 2018, por la tarde, celebramos y conmemoramos la fecha de la fundación de la Escuela Normal Central para Varones, que data desde los tiempos de la Revolución Liberal de don Rufino y que Pastor Gabriel Mencos dejó escrita en el pentagrama una melodía que interpretó la marimba que amenizó. La Fraternidad Normalista, que se fundó en la cantina “El Último Adiós”, cuando celebramos las Bodas de Plata, hoy es presidida por el médico Edgardo Laparra, graduado de la Escuela. Él organizó el acto como un reconociiento público a los que nos “hicimos maestros” en esa venerable Escuela, que en su tiempo era orgullo de la educación pública del Estado. Y gracias a la hospitalidad de la Biblioteca Nacional, dirigida con mucho empeño por la licenciada Ilonka Matute, hija del recordado normalista, Mario René Matute, recientemente fallecido, en el vestíbulo del edificio de la biblioteca nos acomodaron a la considerable cantidad de normalistas, con sus familiares y amigos, que tenemos la enorme satisfacción de decir henchidos de gratos recuerdos que fuimos estudiantes de esa gloriosa Escuela. En la década de los años 50 y muchos lustros antes, la Escuela Normal Central y el Instituto Nacional Central, eran los establecimientos en donde todos los que dejábamos el cascarón de la primaria, queríamos seguir estudiando, como también lo querían las jovencitas que anhelaban inscribirse en Belén o el Inca. Oportunidades en los departamentos también las había: Quetzaltenango, Chiquimula, Jalapa, la Antigua Guatemala, contaban con centros educativos públicos de prestigio y de similar categoría para los estudiantes de provincia, en donde se graduaban de bachilleres o maestros de educación primaria. Algunos tuvimos el privilegio, en 1953, de beneficiarnos con una beca que nos concedió el segundo gobierno de la Revolución de Octubre, cuando el ministerio tenía al frente a un maestro normalista como ministro: don Mardoqueo García Asturias, previo examen de conocimientos que se realizaba en las cabeceras.

El acto, como ya la apunté, tuvo el objeto de resaltar a los maestros normalistas que han producido libros o son artistas, especialmente en los géneros de la poesía, la novela, el cuento, el periodismo, la producción científica, la escultura o la pintura; y para que el homenaje tuviera sabor académico, también se exaltaron a graduados del Instituto Nacional (El sordo Barnoya y Otto René Castillo) de Belén y del Inca, que han desbordado sus inquietudes en el arte y la literatura. Al graduado maestro de la Escuela, licenciado Luis Morales Chúa, periodista de profesión, le correspondió hacer una pequeña reseña histórica de la Escuela y al escritor Mario Roberto Morales exaltar la vida literaria del maestro, Mario René Matute. Es grande la lista de maestros normalista que dejan su aporte literario, científico o artístico a las generaciones venideras de Guatemala: el doctor Juan José Arévalo, el escritor Luis Alfredo Arango, el poeta Abelardo Rodas, el poeta Francisco Acevedo, el prolijo científico del Derecho, Jorge Mario García Laguardia, que presume con orgullo haber nacido en el seno de la Escuela, cuando don Mardoqueo fue Director por primera vez. Y así, el homenaje para tantos maestros graduados en la Escuela que han dedicado su tiempo a esa pasión por el arte y por la ciencia: Vinicio González, Amílcar Echeverría, Adrián Ramírez Flores, Aquiles Marroquín, Marco Tulio González, Manuel Chavarría Flores, doctor González Orellana, Edwin Mazariegos, Flavio Rojas Lima, Olmedo España Calderón, Jorge Luis Arreola, Elvidio Aldana, Luis Felipe Escobar, Guillermo Salazar, Ernesto Boesche, un real maestro de la pintura, Lizardo Porras y tantos maestros que han destacado en el arte y en la ciencia como médicos, abogados, ingenieros y que sus nombres se me quedan en el tintero por olvidos propios de la edad. Y no puedo dejar de decir que todo eso viene de nuestros maestros: la inspiración de don Amílcar, el rigor de don Arcadio Madrid, la ternura de don Salvador Búcaro, la inteligencia de don Roberto Sosa Silva, la solidaridad y sapiencia de don Héctor Nuila, la disciplina de don Carlos Gordillo y de don Chepe Valenzuela, el arte de don Prudencio Dávila, la sabia dirección de don Paco Herrarte y don Meme Cordero. A la Escuela y a todos nuestros maestros que no nombro, les debemos lo que logramos en la vida.

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