Eduardo Blandón

La condecoración otorgada, en el marco de la conmemoración del 167 Aniversario de las Fuerzas de Tierra del Ejército a la ministra de Relaciones Exteriores, Sandra Jovel Polanco, podría interpretarse como un acto lúdico, poco serio y carnavalesco.  Sería la confirmación, una raya más al tigre, de que Guatemala se encuentra en manos de un gobernante de humor decadente.

Pero también puede ser un mensaje más de que al Presidente le importa un pepino la opinión de sus adversarios políticos. Aún más, la señal de que el gobernante sigue empeñado y que no cejará en su intento por expulsar al jefe de la CICIG, así como continuar con su intento de “reordenamiento” del sistema a favor de sus patrocinadores.

Para ello, el Ejército facilita y se pone de colchón.  Como si apuntarán los hechos, el interés de las fuerzas armadas por obtener beneficios institucionales.  Provecho que, claro está, no llegará a los soldados rasos, sino a una cúpula habitualmente corruptible y oportunista, como la experiencia y el pasado, en general, lo han demostrado hasta la saciedad.

Con tal propósito, no importa que se use a la señora Jovel Polanco con reconocimiento de méritos falsos.  No les interesa el fingimiento, la mentira, el disimulo y la parafernalia hueca y sin sentido.  Nada les afecta la degradación de la condecoración (la “Medalla Monja Blanca Primera Clase”).  Los chicos malos están enfocados en una guerra que quieren vencer a toda costa.

Pero ¿es la “Medalla Monja Blanca Primera Clase” o la “Cruz de Servicios Distinguidos”?  Ya nos lo dirán pronto.  Eso no les preocupa, el reconocimiento, cualquiera, ya ha quedado devaluado.  Como ha quedado falsificada la administración de Morales al hacer del ejercicio de gobierno una continuidad de su acción performativa cómica.  Porque ese tipo de galardones son eso, un mal chiste salido de un productor de baja catadura humorística.

Con los años pocos recordarán esos premios espurios.   Habrá permeado, eso sí, la conciencia de que el Ejército es una institución de papel para la satisfacción de los gobernantes de turno.  La idea de que las condecoraciones han sido usadas para intereses de mini maquiavelos, siempre burdos, semicómicos y más bien trágicos.

 

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