Alfredo Saavedra

En Canadá.– Por gusto el presidente Donald Trump, por medio de un abogado, desembolsó $130 mil (contantes y sonantes) para taparle la boca a una actriz de la pornografía, con quien tuvo un encuentro sexual antes de asumir el poder, pero que ha escandalizado ahora que ya es gobernante de la poderosa nación. Esa mujer, con el borrascoso nombre de Stormy Daniels, para aumentar esa suma, con otras agregadas cantidades, por pago de entrevistas para hacerla desatar la lengua, en traición al compromiso, al hablar para la revista Touch, describió con lujo de detalles ese encuentro, para alimento, a su vez, de publicaciones que incluyen a los novedosos tabloides de supermercado.

La señorita Daniels, experta en técnicas sexuales, según crónica del satírico columnista del importante diario Toronto Star, Vinay Menon, al romper el compromiso de mantener en secreto la jornada de gimnasia sexual que tuvo con Donald, ha detallado con pintoresca narrativa la surrealista descripción de ese ayuntamiento en el lujoso hotel Beverly Hills, donde en cama tipo súper King, dotada de esponjosos edredones de seda, se practicaron los clásicos ejercicios para ese natural acto, que según el cronista habría incluido la recomendada, por cómoda, Posición del Misionero, es decir de rodillas, que no es precisamente para rezar.

Hasta el muy serio Wall Street Journal, con especialidad en finanzas, dedicó espacio para referirse al affaire, a partir de la importancia del mismo por el involucramiento del pago de esa astronómica suma que al final resulta uno de los más altos pagos que en la historia de la humanidad se habrán hecho por una sola sesión de sexo, que para los bolsillos repletos de dólares de Donald Trump no ha sido ni tan siquiera quitarle un pelo a un colosal oso. Sin embargo, Stormy (tempestuosa) al no cumplir con las fórmulas del chantaje, puede que los productores de esa industria, simpatizantes del gobernante, ya no le den papeles de los más depravados, por ser los de mayor paga.

La información sobre esa aventura del presidente Trump, antes de instalarse en la Oficina Oval, ha sido de alguna forma eclipsada por el tópico del abuso sexual, predominante en el primer mes del año, o sea la noticia que ha sido como el pan nuestro de cada día y como una epidemia en las últimas semanas en estos dos grandes países del hemisferio norte del continente. En Canadá han caído en desgracia varios altos personajes de la política local, que incluyen a un representante del Poder Legislativo que, inválido, necesita de silla de ruedas para su movimiento y que, según los rumores, le sirvió de vehículo para correr a mujeres para tocarlas no se sabe dónde, los cual igual que los otros peces gordos acusados del mismo delito, pero éstos con la ventaja de contar con las dos patas para el mismo propósito.

En los Estados Unidos, no se diga, es larga la nómina de personajes, entre violadores, unos solo tocadores y los más inofensivos por hacer insinuaciones sexuales a colegas en altas posiciones, secretarias, camareras y personal femenino de limpieza, sin contar averías en la calle que han calificado como sucesos inevitables de tránsito peatonal. La lista de malhechores es larga, pero han sido sindicados, entre otros, el maquiavélico Bill O’Reilly, de FOX; Charlie Rose, de CBS; Matt Lauer de NBC, los tres, comentaristas o presentadores de radio y televisión, ahora echados de sus puestos; el exjuez y pastor evangélico republicano, de pistola al cinto Roy Moore, el magnate del cine Harvey Weinstein y el conocido actor de cine Kevin Spacey, este último acusado de abuso sexual contra hombres. ¡Qué gustito!

 

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