Francisco Cáceres Barrios
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A mi juicio el actual Ministro de Salud tomó una decisión acertada al quitar las ventas callejeras en los alrededores del Hospital Roosevelt, como también se hizo no hace mucho con los igualmente colocados afuera del Hospital General San Juan de Dios. ¿Por qué me parece correcto el proceder? Pues porque no solo son foco de contaminación ambiental; su invasión no es solo de las aceras, sino hace rato dejaron de existir las áreas verdes en el caso del Roosevelt y porque aparte de vender y preparar alimentos, se comercian artículos de primera necesidad de todo tipo, incluso bebidas embriagantes. Pero no puede dejarse de lado que el Estado como tal tiene muchas obligaciones que cubrir y atender como es debido, no puede de un plumazo olvidarse de las mismas, mucho menos echarles encima la fuerza pública a gente indefensa para desalojarlas.

Un buen administrador público tiene el deber de pensar qué va a ocurrir con esa gente que con sus ventas diarias al menos podía sufragar el consumo mínimo de alimentos y otras pocas necesidades fundamentales. No solo es quitarlas y que vean cómo hacen para sobrevivir, porque hasta el momento solo eso habían logrado. ¿Existen suficientes fuentes de empleo en la capital y en el interior de la República? ¿No es cierto que los gobiernos centrales y municipales en su mayoría por razones puramente políticas, incapacidad o lenidad lleven tiempo de estar permitiendo tales ventas, lo que a la larga se volvió costumbre, hasta terminar en ser derecho adquirido?

No, definitivamente no se puede conducir un país por buenos derroteros cuando por ver el árbol que se tiene enfrente, se deja de ver el bosque. Un funcionario público no puede atender solo el problema del espacio que ocupan los vendedores o los problemas consecuentes de su permanencia, haciendo a un lado que al menos debió haberse pensado en encontrar un lugar para alojar las ventas de artículos fundamentales para los pacientes, como para su familia que llega al hospital en apoyo o consuelo de su enfermo. ¿Para qué entonces existen en el Estado tantas dependencias que deben atender el bienestar y la asistencia social? ¿Es que solo se acuerdan de ellas para utilizarlas como útiles instrumentos electorales para satisfacer sus propias necesidades politiqueras?

El Estado no solo tiene en sus manos el problema de las ventas callejeras, especialmente en los hospitales Roosevelt y San Juan de Dios. Hay cientos de Centros de Salud dispersos tanto en la ciudad capital como en el interior de la República, que incluso tienen problemas más serios que los mencionados ¿entonces por qué no enfrentar las soluciones en serio y en su conjunto?

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