Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Viendo la forma en que la sociedad se ha polarizado respecto al tema de la corrupción no puede si no quedar uno estupefacto ante la realidad de que haya tanta gente “buena” que cierra filas para impedir avances en la lucha contra ese extendido vicio que no solo roba el dinero de los contribuyentes sino que, además, roba oportunidades a millones de guatemaltecos condenados a vivir en condiciones deplorables como resultado de la ausencia de políticas de desarrollo humano y social que cambien la estrecha perspectiva que tienen aquellos que nacen en hogares condenados por la pobreza.

Piensa uno si es que la gente cree que todo eso de la enorme corrupción que afecta a Guatemala es un invento de poderes foráneos para denigrar al país. Y a lo mejor sucede que ese pensamiento es resultado de que estamos tan acostumbrados a las prácticas de la corrupción que parece inaudito que se inicie proceso contra alguien por hacer lo que ha sido práctica común, tanto en el trato con funcionarios como con políticos que aspiran a convertirse en “servidores públicos” (es un decir, por supuesto). El que un Presidente pacte un soborno de treinta millones de dólares con un pícaro inversionista español para establecer una Terminal de Contenedores termina siendo un pecado menor ante los ojos de aquellos que terminan pensando que al menos el país tendrá una terminal, aunque sea mediante un sucio procedimiento. Poco importa el soborno si es a cambio de una obra que es aplaudida por exportadores e importadores.

Cierto es que negocios como el de la “agüita mágica” para Amatitlán generan indignación en todos los sectores, pero acaso es porque fue perpetrado por una mujer surgida de la Primero de Julio que fue peinadora o algo por el estilo y que se convirtió en millonaria antes de ser Vicepresidenta por su habilidad para contactar financistas. Porque negocios así, realizados por gente que presume de alcurnia no generaron tanta indignación ni malestar, por burdos que fueran, como cuando se vendió a raja tabla la empresa de telefonía nacional mediante una descarada burla a la legislación nacional, formando una espuria sociedad anónima para trasladarle los bienes de la empresa nacional.

Siempre nos hemos caracterizado por tener un montón de raseros que nos sirven para juzgar distintas actitudes con variados patrones. Según el sapo es la pedrada, pero con la diferencia que aquí las piedras grandes se usan para los sapos pequeños porque así ha sido, históricamente, desde que surgió esta dolorida Patria nuestra, mientras que a un sapo grande nadie lo molesta ni siquiera con una mala mirada, no digamos con una pedrada bien merecida.

Un policía mordelón es denunciado y puede ser castigado y enviado al bote. Un tesorero municipal de recóndita jurisdicción tiene los ojos de los contralores encima. En cambio, el ministro, el diputado, el alcalde, el magistrado o el Presidente y su Vice, gozan de impunidad porque se sigue estirando la chamarra que tapa a todos.

La corrupción no es un invento ni lo es la terrible dimensión que alcanza en Guatemala. Pero decir que es invento, sirve para adormecer esa incómoda conciencia que siempre ha sabido diferenciar entre el bien y el mal.

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