Félix Loarca Guzmán

En un programa de teléfono abierto transmitido el pasado lunes en una radio de la ciudad de Guatemala, se realizó un sondeo de opinión para evaluar la gestión del presidente Jimmy Morales, durante el segundo año al frente del gobierno que cumplirá el próximo domingo 14 de enero.

Más del 73 por ciento de los oyentes calificó negativamente la actuación del gobernante. Hubo expresiones lapidarias de algunos ciudadanos, señalando que el desempeño del Presidente ha sido lo peor de lo peor en la historia del país.

Sin duda, las opiniones de los oyentes, constituyen un termómetro de lo que piensan numerosos guatemaltecos acerca del Primer Mandatario, evidenciando una mezcla de frustración y desencanto.

La mayoría expresó su pesimismo ante el futuro inmediato, bajo el convencimiento que no hay los menores indicios, ni siquiera leves esperanzas por un futuro mejor, dado que se trata de un gobierno supeditado al poder económico, a la injerencia extranjera del norte y a los intereses de los militares del pasado que están detrás del partido oficial.

Para ninguno es un secreto que el pueblo de Guatemala se siente defraudado del papel poco serio del actual Presidente de Guatemala, quien parece colgado de la nube de la ostentación y de la improvisación.

Al cumplir sus primeros dos años al frente del gobierno, los resultados son decepcionantes. El Presidente no solo es mal visto dentro del país sino también a nivel internacional.

Al revisar las páginas de la historia, debemos recordar que en el pasado hubo pésimos presidentes pero ninguno como el actual.

El lunes de esta semana tuvimos oportunidad de escuchar un fragmento del discurso que el Mandatario pronunció al inaugurar el ciclo escolar 2018 en un acto efectuado en la escuela de El Jícaro, aldea Boca del Monte, municipio de Villa Canales, y realmente no solo fue desagradable sino vacío de contenido.

En contraste, los discursos de los dos mejores presidentes que ha habido en Guatemala, el doctor Juan José Arévalo y el coronel Jacobo Árbenz Guzmán, no solo son testimonios para la historia, sino valiosos documentos para confirmar que fueron gobernantes que dejaron toda una herencia de progreso, así como el legado de un profundo respeto a la soberanía y a la dignidad nacional, sin subordinación a ningún imperio ni a los intereses de los caciques locales.

 

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