Francisco Cáceres Barrios
caceresfra@gmail.com

Si le preguntamos a un chapín su opinión acerca de la calidad de servicios que nos presta el Estado seguramente responderá sin titubear ni un solo instante, que son de pésima calidad y solo se han logrado pequeñas mejorías por los constantes reclamos e insistencia de la ciudadanía. Por todos es conocido que los servicios públicos que presta el Estado son de gran influencia en la vida social de la comunidad a tal punto, que no se concibe a un Estado moderno sin la prestación de la defensa nacional, la seguridad, la educación, la salud pública y aquellos servicios de control y registro que el mismo Estado requiere para su mejor funcionamiento.

Entre estos últimos, para citar algunos ejemplos, tenemos la emisión de documentos de identificación; las licencias o permisos para conducir vehículos automotores, portación o tenencia de armas, producción de alimentos, productos agrícolas, farmacéuticos, etcétera; pasaportes, constancias o certificaciones, en fin, todo aquello que el mismo Estado requiere o exige de la ciudadanía. Dependiendo de la necesidad de cada persona o entidad la importancia del servicio público va en aumento, para los choferes del transporte de mercaderías o de pasajeros es de primera necesidad la licencia de conducir y es vital para un guardián contar con la licencia vigente de portar arma para poder desempeñar el trabajo para el que fue contratado.

De lo anterior surge la pregunta: ¿Por qué entonces el Estado es tan deficiente para prestarlos cuando la mayoría llegan hasta tener el carácter de esenciales? Por ejemplo, ¿por qué es tan difícil extender con prontitud los mentados pasaportes? ¿Por qué cada principio de año lograr una certificación o constancia de no tener antecedentes penales o policiales se vuelve toda una epopeya, como pérdida de tiempo, cuando de sobra es sabido que no es posible lograr un empleo sin mostrar los mentados documentos? Triste es tener que decir que tengo no menos de sesenta años de estar oyendo el mismo ofrecimiento de parte de los empleados y funcionarios encargados de prestar estos servicios públicos pronta y eficazmente pero, todo sigue igual o peor que antes.

Dice el refrán “que tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe” y algo por el estilo no tarda en suceder cuando la gente cansada y desesperada por tener que levantarse a media noche para ir a hacer cola a partir de las cuatro de la mañana y aún así tenga que pagarle, ante la descarada corrupción imperante, a un tramitador una gruesa “mordida” que le permita obtener hasta el mediodía el tan ansiado documento, el que por cierto, el Estado sí lo cobra al contado.

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