Después del terremoto de 1976 los guatemaltecos dimos un ejemplo al mundo con la determinación y solidaridad que permitió un proceso de reconstrucción y sanación de las heridas provocadas por el movimiento telúrico que dejó un saldo de más de 25 mil muertos. Uno de los puntos esenciales de ese duro proceso fue la forma en que se manejaron los fondos provenientes de la ayuda de gobiernos amigos y de ciudadanos de todo el mundo que hicieron aportes significativos y que, gracias a la ejemplar decisión tomada por el general Kjell Laugerud, fueron administrados por los mismos donantes sin que nuestras autoridades metieran las manos, lo que permitió que el dinero fuera justamente a financiar las necesidades de quienes sufrieron las consecuencias del sismo.
Hoy el país vive nuevamente los devastadores efectos de un terremoto provocado por el desborde insolente de la corrupción que ha convertido al Estado en una institución únicamente útil para promover negocios sucios, desentendiéndose de sus obligaciones para con los ciudadanos y la atención a los sectores más vulnerables. En comparación, este terremoto ha causado más daño y destrucción porque sólo Dios sabe cuántas vidas se han perdido por el despilfarro que deja sin recursos a los hospitales, a las fuerzas policiales y a las instituciones encargadas de aplicar castigo a los criminales. Pero lo más grave es que mientras en 1976 bastaba salir a la calle para ver el efecto devastador de aquel terremoto, ahora parece muy difícil que la ciudadanía tome conciencia de cuán terrible es el daño de una corrupción galopante que nos condena a ser testigos de esa incapacidad para combatir la pobreza y que ha expulsado a más de dos millones de guatemaltecos que no tuvieron más remedio que emigrar en busca de las oportunidades que el país no ofrece.
Es este tiempo de reconstrucción porque hay que remover los escombros de la corruptela y la impunidad para edificar una nueva Guatemala en la que aseguremos el imperio de la ley y la transparencia en el manejo de todos los fondos públicos. Una nueva Guatemala que expulse a esos políticos rastreros que pervirtieron el sentido de la función pública porque la misma es usada únicamente para hacer negocios y trinquetes. Una Guatemala en donde la gente no ande en busca de excusas y en la que todos asumamos la responsabilidad de nuestros actos, punto de partida indispensable para emprender un nuevo rumbo que nos aparte de esa falsa certeza jurídica tan cacareada que no es más que la consagración de derechos adquiridos corruptamente.
El reto de este año es reconstruir al país.