Alfonso Mata
Los hubo conservadores, liberales. Ahora los hay ahora de derecha, de izquierda, pero ¿son tan diferentes unos de otros?
En primer lugar la mayoría de instituciones surge de una historia de luchas entre bandos y sus explicaciones de lo que son, sus funciones y para qué sirven, se ajusta al hecho de que con raras excepciones, son vistas como alianzas convencionales, en donde se está en libertad de seguir impulsos y eso ha propiciado la costumbre y dentro de ésta, la explicación del comportamiento del funcionario.
Nuestro funcionario típico, su primer paso empieza con un acto que rompe con la norma: “llega por cuello o por conectes”. Tienes el puesto, pero el primer salario es para J y debes dar XXX para tu instalación inmediata. Llega a través de un acto que se desvía de la norma y con deliberado propósito, motivo y accionar, que aunque diferente para cada una de las partes, queda sujeto a intereses mutuos e individuales, que violentan la norma.
Pero hemos dicho que nuestras instituciones son centros de costumbres y por consiguiente ya adentro, el funcionario considera que su accionar no debe ser indebido a esa subcultura institucional: una forma aceptada y promovida, que deja y enseña un modo de vivir de motivaciones y acciones tempranas, que van, consciente e inconscientemente, dando paso a satisfacciones.
Está pues el funcionario, fuertemente expuesto desde el principio, a una tensión socialmente estructurada y de esa cuenta las instituciones públicas (y muchas privadas también) son lugares de nuestra sociedad que entrañan exigencias conflictivas, que trascienden la norma y que hacen que el funcionario busque una manera ilegítima de resolver los problemas laborales:
A partir de ello y conforme el proceso de compromiso institucional avanza, la violación aumenta. Los compromisos institucionales también son “tradición” y se trasforman en procesos en los que diversos tipos de intereses se alían, para sostener ciertas líneas de comportamiento que son y deben afectar intrínsecamente a todos: se firmó un contrato de trabajo por X horas, pero acá se trabajan y; un buen servicio tiene un costo al público que no debes olvidar y que hay que compartir y desde siempre como rutina; se te concede B, pero tienes que hacer A. De tal forma que con el tiempo, el funcionario siente que se debe adherir a esas líneas de comportamiento, para que las actividades institucionales en que y de lo que es partícipe, no se vean afectadas negativamente y poco a poco va escapando de los compromisos normativos institucionales y se siente más libre de seguir sus impulsos, sentimientos y deseos, pues institucionalmente nada sucede. Tiempos robados, transacciones anómalas, recursos extraídos, incumplimiento de órdenes, alteración de documentos se van dando; el funcionario no apuesta nada a la preservación de una imagen y en todo momento y caso, encuentra justificación de su accionar desviado, que para él se torna válido. Un viejo funcionario me decía que la mayoría de funcionarios, es capaz de pensar que no es responsable de sus actos desviados como “pagan tan poco que uno…, favor es el que le hago”.
Es pues evidente que la desaprobación de sí mismo o de los demás, con el tiempo deja de tener influencia restrictiva y como dicen los psicólogos, a medida que refuerzo mi acción pasiva en mi acto laboral, más que como un agente de acción y cambio, más allano el camino para desviarme del sistema normativo y es evidente, que conforme se avanza en la carrera de funcionario, más tiene que atacarse frontalmente las normas y es acá y en este momento, en que la ofensa y daño implica el acto delictivo. Lo que fue una vez, se convierte en casi siempre y el delito adquiere dimensiones sociales, y atañe a múltiples actos: incumplimientos constantes, sobornos, mal uso o uso y apropiación indebida de recursos y si mis actos son condenados, los condenantes son hipócritas, desviados, con disfraz de rectos y frustrados por su incapacidad.
Es pues evidente que nuestro sistema permite al funcionario estar atento a sensaciones placenteras, que llama oportunidades, y que lo que empieza como un impulso aleatorio de probar algo nuevo, se trasforma en un gusto y rutina consolidada de desviación.