Sandra Xinico Batz
Ser mujer e indígena significa en este país pertenecer a los “sectores” más rechazados y odiados socialmente. El racismo estructural se ha sostenido porque está interconectado con otros sistemas de opresión y desigualdad como el clasismo y el patriarcado. Esto significa que los niveles de discriminación son más duros y crudos según la “condición social” en que nacemos. Si ya de por sí nos irá de la patada por ser indígenas, si somos, además, mujeres, pobres y “rurales” esto incrementará los niveles de violencias hacia nosotras y las oportunidades se reducirán a nada.
Se les indaga siempre a las mujeres indígenas por denunciar esta situación, pero no a la responsabilidad social que tenemos y que tienen las instituciones sociales para cambiar esta realidad que mata de diferentes formas a las mujeres y que hace que nuestras vidas signifiquen objetos con los que se puede lucrar y explotar.
Mujeres indígenas adultas, vendedoras ambulantes en la ciudad son tratadas de “vos”, “china”, “María” por jóvenes que al verlas de cortes desteñidos con blusas industriales, es como si el filtro de desigualdades con el que han sido formados se activara en sus cabezas, ubicando (desde la apariencia o como han aprendido a ver) a esta mujer en el nivel más bajo de la “estratificación” social y esto determinará la forma en la que las tratarán y cómo se relacionarán con ellas.
Las mujeres indígenas somos las menos documentadas en la historia de Guatemala. Se hace ver que no hemos aportado nada y que nuestra condición social en estos territorios siempre fue así como lo es ahora, reduciéndola a 493 años de sometimiento colonial que ha infundido odio hacia las mujeres y que al destruir nuestra historia también buscó destruir el legado milenario de nuestras ancestras.
¿Qué imagen e idea tenemos de las mujeres indígenas hasta hoy? Hemos normalizado el empobrecimiento y las desigualdades. El Estado se constituyó sobre todo esto y ha sido partícipe la reproducción y mantenimiento de estereotipos racistas y misóginos que hace de las mujeres ladinas edecanes en sus actividades públicas y hace postales con las imágenes de mujeres indígenas (niñas, jóvenes, adultas y ancianas) empobrecidas mientras venden o hacen “artesanías”.
El Inguat disfraza a las mujeres ladinas de indígenas para sus exhibiciones y exposiciones internacionales, actividades diplomáticas y su ballet, utiliza a las mujeres indígenas como objetos de sus materiales de campaña que muestran en el extranjero en los que, incluso, hablan de la relación del sostenimiento de la cultura y güipiles que la mujeres mayas elaboran mientras que en el país sus guías de turismo le aconsejan a los turistas rebajar los precios de las artesanías que ellas les vendan hasta un 80%.
Y ahí van las mujeres mayas con sus bultos en las cabezas caminando por la calle de los museos, en la zona 13 de la ciudad de Guatemala, a vender por unas miserias su trabajo que han movilizado desde sus aldeas a cientos y cientos de kilómetros de la “capital” hasta el Mercado de Artesanías.