Eduardo Blandón
Uno de los desafíos por los que atraviesan los padres responsables es el de las vacaciones. Al salir de los centros de estudio, hay una especie de crisis generalizada causada por no saber qué hacer con el ocio extendido y esperado por los niños y adolescentes de casa. Peor aún, si las condiciones se agravan por no tener alguien a quién confiarlos mientras ambos (papá y mamá) trabajan en jornada llena.
Algunos no tienen ese problema y otros ni se lo plantean. La estrategia es fácil, dejarlos en casa, comprarles una suscripción de juegos electrónicos para que se entretengan o simplemente abandonarlos para que vegeten tranquilos. Hay quienes lo resuelven enviándolos a casa de algún familiar: «te lo mando, lo cuidas, llego en Navidad para que la pasemos juntos. Avísame si necesitas que te deposite algo para ayudarte». Listo.
Educar a los pimpollos, cuesta. Requerirá para estos días de solaz esparcimiento, una estrategia en donde se combine la tranquilidad junto a la exigencia que requiere la formación del carácter. Para ello, conviene efectivamente el sano juicio: por una parte, la comprensión de que los niños deben descansar y aprender a manejar su tiempo libre, pero también, el entendimiento de que la educación no tiene vacaciones.
En consecuencia, si bien es cierto que es un tiempo para respirar otros aires, salir de viaje (visitar a la familia, ir al zoológico, compartir con amigos, etc.), ver televisión, jugar (hacer deportes o disfrutar de los electrónicos), dormir (levantarse más tarde) o simplemente practicar «il dolce far niente», también puede planificarse actividades alternativas que continúen la formación intelectual.
En vacaciones se puede aprovechar para exponer a los niños a experiencias por las que ellos tengan pasión o interés. No está mal, por ejemplo, inscribirlos a clubes de deporte (algunos niños y adolescentes aman el fútbol, el karate, el ciclismo y/o la natación). Puede que haya quienes disfruten subiendo volcanes o caminar al aire libre. Sin excluir, los que sienten gusto por el aprendizaje de otros idiomas, inglés, italiano o francés.
Hay pequeños que aman la cocina (cada vez hay más niños con esas inclinaciones que en el pasado era inimaginable) y otros quizá dibujar o pintar. Hay que explorar los gustos y aprovechar la inclinación para colaborar en la formación de su personalidad y en cualidades que sirvan de apoyo para su futuro próximo.
Evidentemente, todo ello tiene un costo, pero es más allá de todo, una inversión para el enriquecimiento del espíritu de los niños que están en fase de crecimiento. No permita que vegeten en estos días y sea parte activa y responsable de la formación de sus hijos. Ellos se lo agradecerán y estoy seguro que usted se sentirá más que satisfecho por la empresa realizada.