Uno tiene que pensar en qué nos pasa como países para estar condenados a vivir bajo la lacra de políticos que nos gobiernan y el caso de Honduras viene a demostrarnos nuevamente el efecto de las ambiciones desmedidas que tratan de pisotear los intereses de la población. Ese manoseo que se hace de la institucionalidad y que en el vecino país permitió una burda decisión para permitir la prohibida reelección y luego lo que parece ser un enorme fraude electoral, tarde o temprano termina hartando a los pueblos que no tienen otro remedio que el de rebelarse ante el descaro de quienes únicamente piensan en sus propias ambiciones.
Ayer Honduras vivió una jornada preocupante porque desbordó la pasión no sólo por la forma en que le jugaron la vuelta a la Constitución sino porque, además, las autoridades electorales han jugado un pobrísimo papel y casi nadie duda de que hubo manoseo de los resultados electorales para favorecer al actual presidente, Juan Orlando Hernández cuya terca ambición es la causa de la explosión de un pueblo harto y cansado.
Los políticos en nuestras latitudes se han acostumbrado a actuar como les da la gana sin reacción de la ciudadanía, retorciendo las leyes e imponiendo su criterio bajo la peregrina afirmación de que habiendo sido electos tienen carta abierta para hacer sus caprichos. Los hondureños no reaccionaron cuando se dio el espurio fallo permitiendo la reelección que la Constitución no permitía y Hernández se envalentonó al punto de dirigir un fraude electoral burdo que recuerda mucho lo que vivió Guatemala en los años setenta del siglo pasado.
Vimos atónitos la reacción de la comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos y la cacharpa de la OEA que piden al pueblo que acepte el resultado oficial, sin tomar en cuenta que durante una semana han mantenido en suspenso a la población, mientras acomodan los resultados a sabor y antojo. Otra vez se confirma que la institucionalidad defendida no es la institucionalidad real, apegada a derecho y a la verdadera democracia y los pueblos no tienen otro camino que el de la rebelión que siempre deja consecuencias muy lamentables y dolorosas.
Esperar sensatez de Hernández y sus compinches es inútil porque están decididos a hacer lo que les da la gana, como siempre. Pero si podemos esperar sensatez de la ciudadanía para mantener una posición firme pero evitando la violencia y los saqueos, para evitar derramamiento de sangre y no dar motivos al fantoche para que recurra a la fuerza para aplastar la protesta.