Mario Alberto Carrera
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16 de noviembre

Las masas, y sus redes sociales pueden ser como un nuevo Leviatán de Hoobes. El Estado es un monstruo terriblemente necesario (dijo él) y yo, parangonándolo, me estoy imaginando que las redes sociales pueden ser tan monstruosamente estúpidas que, en su engreída estulticia, pueden conducir al mundo a una suerte de monstruosa banalidad tal que, lo que hasta hace poco consideramos como sabiduría y conocimiento profundos, sea pronto visto con absoluto desdén.

En la fecha de arriba, P.L. publica una nota sobre que, el “Mal uso de las redes acecha la democracia”, a partir de ciertos señalamientos que hace Freedom House, una corporación cuyos fondos provienen en un 85% de las arcas gubernamentales de EE. UU. Indudablemente esa “Casa Libre” vela por las causas imperiales de la gran potencia ¡y cómo no! ¿Es de confiar?

Mas dejando a un lado el tema de Freedom House, es importante analizar el papel que, en lo político juegan las redes sociales tan de moda en este guanaco país de chapines atolondrados por las novedades, y por todo aquello que huela a tecnología, creyendo que tecnología es sinónimo de sabiduría o conocimiento. Puede ser su antónimo. Analizar tal papel ¡sí!, que es de lo que se ocupa P.L. Pero preocuparnos, aún más, por el rol de las telarañas cibernéticas en un sentido general: ¿cuál es el efecto que se deriva y se derivará de ellas, en el futuro de las generaciones del porvenir y de la humanidad?

Ortega y Gasset –por los años 20 y 30 del siglo anterior- estaba ya seriamente preocupado y dando voces en torno a lo que es o puede ser el apoderamiento de las masas (que hoy pueblan las redes sociales) de la palabra, del lenguaje, del idioma y, por lo mismo, de los criterios y el pensamiento, si es que el pensar puede anidarse en ellas.

Las masas, insertas ya en las redes sociales, porque masa y redes son lo mismo, pueden dar golpe de Estado al pensamiento y no sólo al pensamiento político y su praxis, sino al pensamiento en su totalidad. Y declarar el Estado-del-no-pensar y darle golpe al pensamiento total.

¿Por qué son masas a lo Ortega las que convergen en casi su totalidad en las redes sociales? Porque tal canal no es otra cosa que la democratización aturdida de la opinión. La Prensa, de alguna manera, anida una élite de opinión. Aunque aquí en Guatemala muy poca. Pero si la opinión es raptada en su totalidad por las redes (que ya son una forma de comunicación social ¡y de masas!) aniquilarían la Cultura. La alta cultura que la humanidad viene acendrando desde hace casi 3,000 años, en contra de la brutalidad del simio que aún llevamos potente entre nuestro ADN. Las redes son la resurrección del antropoide.

Allí veo yo el mayor peligro respecto de las masas, la masificación de la opinión y el rapto que la estulticia puede consumar respecto del pensamiento y no en lo que dice Freedom House.

22 de octubre de 1970
En tal fecha daba yo la bienvenida a la primera novela publicada por Sergio Ramírez Mercado: “Tiempo de Fulgor”, desde las hojas del suplemento cultural que yo dirigía en el diario La Nación, de Roberto Girón Lemus. Esa obra fue publicada aquí en Guatemala, en la editorial de la Usac. Texto primerizo, muy a la zaga de García Márquez, titubeante pero ya con el vigor del gran novelista que hoy es su autor. Qué lejos estaba yo entonces -hace 47 años- de que Sergio se haría con el Cervantes. ¡Me alegro tanto como centroamericano!

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