Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Para algunas personas que se dicen informadas hizo falta que desde afuera nos pegaran severos tirones de oreja para darse cuenta que “la cosa no va bien” en Guatemala. Asustados porque el país retrocede en indicadores de competitividad y negocios, además de la baja de la calificación de riesgo que hacen entidades como Standard & Poor’s, se percatan de que no se están haciendo las cosas bien, no obstante que desde hace mucho tiempo viene cayendo nuestra posición en los indicadores de desarrollo humano, y que Guatemala es el país que en vez de reducir la pobreza la ve aumentar año con año.

En otras palabras, el asunto preocupa cuando se complica hacer negocios, pero no cuando no hay recursos para invertir en la gente porque todo se lo roban en ese pacto que produce la cooptación del Estado. Por si no lo han notado, Guatemala va como el cangrejo desde hace mucho tiempo porque no tenemos políticas de desarrollo ni tenemos una noción de qué queremos como país. No hay planificación digna de tal nombre y el único interés que tienen las autoridades es el de hacer negocios que les beneficien, y por ello es que se diseñó todo un sistema en el que se apunta a que entre financistas y políticos puedan ordeñar hasta la última gota de la ya escuálida teta del Estado.

En Guatemala los trámites son tediosos y tardados por la simple y sencilla razón de que de esa manera el particular se tiene que poner firmes con quien toma las decisiones. Aquí la protección ambiental no es más que un pretexto para sacarle pisto al inversionista, porque media vez se aceite bien la maquinaria, no hay licencia que no salga.

Tenemos una infraestructura que da grima, pero ello es resultado de la consistente y duradera alianza entre políticos y constructores que ha permitido la ejecución de mamarrachos que son recibidos por los supervisores como si fueran obras de gran calidad porque lo que importa no es, por ejemplo, el grosor del asfalto sino el grosor del sobre en el que meten la mordida. Y eso lo ha sabido todo mundo y, sobre todo, la gente de negocios que entiende por qué una carretera diseñada para treinta años se destruye apenas en cinco, lo que obliga a nuevas contrataciones y a que el mantenimiento de la infraestructura sea mucho más costoso.

Aquí no caben engaños y tenemos que entender que el país, tal y como está, no tiene norte y que el vaso medio lleno puede verse únicamente como la oportunidad que tenemos para darle cara vuelta a un podrido modelo que no ofrece más que trinquetes, arreglos y mordidas.

Y es de interés de todos, pero especialmente de quienes sienten la baja de la actividad económica porque para que nuestro país prospere de verdad hará falta un nuevo modelo en el que el empresario ganará mucho más, como pasó en Colombia después de la batida anticorrupción, pero el pueblo también percibirá el beneficio de la inversión social.

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