Arlena Cifuentes
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Resulta difícil de aceptar el dolor que el ser humano lleva dentro, los más afortunados conscientes de ello, la gran mayoría, inconscientes; gimen sin saber por qué, reproduciendo en su contexto familiar lo único que conocen, lo único que puede dar: violencia y maltrato manifiestos en todas las formas imaginables. Desde el abuso físico hasta cercenar el alma lo que conlleva a que quienes son maltratados necesiten crear mecanismos de defensa que les permitan sobrevivir y que se convierten en una armadura para la sobrevivencia. La falta de amor, la desesperanza, el resentimiento y la culpa, entre otros, explican la razón de ser de muchos de los males sociales en la actualidad, siendo transmitidos de generación en generación sin que se tome conciencia de que son el resultado de lo que hoy se designa como un “mal social”. Esto no es ni más ni menos que el producto de nuestras irresponsabilidades, las que hemos hecho las que hemos dejado de hacer y en las que todos hemos puesto nuestro grano de arena.

Si partimos del hecho de que son papá y mamá los agentes que forman el criterio del respeto a sí mismo en el hijo, son ellos también quienes se encargan de negarle este derecho, se siembra como una planta a la que se cultiva y se riega constantemente hasta que empieza a dar frutos. Se cosecha lo que se siembra, la buena o mala cosecha no se hace esperar, en la mayoría de los casos, no se escandalice el lector, el ser humano de hoy es el producto de la confusión, del sin sentido en la vida y la inconsciencia de quienes concibieron bajo circunstancias deplorables y seguramente similares en las cuales ellos mismos fueron concebidos. A los seres producto de la miseria humana les fue vedado el derecho a ser niños les resulta complicado entender su propia realidad, la cual se convierte en su propio enemigo. Las emociones dominantes son: el miedo, la desconfianza, la soledad, la ira, el resentimiento, el abandono, fundamentalmente el desamor hacia sí mismos.

Asumir la responsabilidad que a cada quien corresponde en mayor o menor grado por la indiferencia e ignorancia hacia este flagelo que está presente en todas partes es lo que procede. Puede ser un hijo, un nieto, sobrino, hermano, padre, madre. Son hijos de la comodidad y la indiferencia, o bien del rechazo, del odio, del rencor o del miedo que se esconde detrás de la ira; son seres a quienes se les nulifican sus sentimientos. Cuando el sufrimiento es tan profundo la orden interior inconsciente es: No siento más dolor.

Lo importante es comprender la razón de las desviaciones del ser humano, el porqué de las mismas. En la actualidad se invisibiliza al ser humano, se le clasifica en categorías como: los mareros, los homosexuales, los alcohólicos etc. Entender su origen es lo primero para poder combatirlas partiendo de la premisa de que nacemos limpios, puros sin contaminación alguna; lo cual requiere de la voluntad política del Estado para abordar el mismo de la manera más adecuada. No se trata de un maquillaje más, debe entenderse como un proceso lento que debe iniciarse hoy. Para la sociedad en general se requiere del despertar a una mayor sensibilidad y conciencia de la problemática y para quienes nos decimos cristianos el inicio de una tarea ardua basada en el amor al prójimo. Por último, para quienes tienen el privilegio de ser parte del grupo de los “conscientes” de su propio dolor, el valor para dar el primer paso en la búsqueda de la sanación interior que conlleva a la conquista de la verdadera libertad.

“La verdadera felicidad proviene de un sentido de paz y satisfacción interiores, que a su vez se obtiene cultivando el altruismo, el amor, la compasión y gracias a la eliminación del rencor, el egoísmo y la codicia”. Dalai Lama.

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