Luis Fernández Molina

Como un resabio del Dante nos relata el periodista Juan Luis Font de su inesperado periplo por el umbral de las tinieblas. No se hizo acompañar por Virgilio ni por Beatriz; sin embargo, parece que la Comedia fue la fuente de su inspiración. Se asomó al abismo, apenas respiró las azufradas fumarolas que surgían de entre las grietas del inframundo; por suerte solo salió ahumado y no chamuscado. Para Font, como para cualquier ciudadano, las carceletas del sótano están allí, esperando… El pasaje es sencillo: Un aliento a licor, unos traguitos de más, falta de papeles o documentos vencidos, una discusión, un incidente de tráfico, entre muchas otras causales son suficientes para que, a criterio del agente, usted debe comparecer ante el juez de turno. Claro, a las tres de la mañana, la autoridad del retén se crece; y si son oficiales corruptos, la “tarifa” se incrementa sustancialmente.

En todo caso, por un asunto de poca monta usted puede ser “conducido” a “la Torre”. Nadie lo está esperando. No es el único “cliente” del juez, que tiene una agenda llena hasta para el mediodía siguiente. No queda más que esperar en esas cavernas del Xibalbá judicial. Y no va a estar solo ¡qué va! Hay demasiada compañía y poco deseable. Delincuentes de toda calaña y disposición. Aire viciado con tufo de orines, sudor y vómitos. Camas de piedra. Frío, penumbras y humedad. Cada nuevo detenido alimenta ese tenebroso “mercado”. El que llega es un cliente más. Por eso no hay prisa para implementar medidas civilizadas como los brazaletes electrónicos o ampliación de las medidas sustitutivas.

Suponiendo que el juez decida ligarlo a proceso, tendrá que decidir si lo beneficia con alguna medida sustitutiva o si lo deja detenido. Empieza así el calvario de la prisión preventiva que, conforme a la ley, es medida de excepción, solamente cuando sea grave el delito, o muy manifiesta su posible participación, en todo caso que no exista riesgo de fuga o de interferir en las investigaciones del Ministerio Público. Importante resaltar que hasta este momento el sujeto es inocente.

¡Al que le toca que se joda! Acaso el detenido es, “de plano”, un delincuente. Y aunque lo sea, no es tal el enfoque con que se debe abordar el sistema penal que, en su conjunto, protege a toda la sociedad. Lo más importante de todo orden penal es que “meta pavor”. Es como el “cuco” de los niños o el infierno de los predicadores. Debe asustar, debe intimidar. Sin ese certero espanto, el sistema no funcionaría. No basta con que las penas sean rigurosas; también los procedimientos deben ser eficaces y fluidos. De poco sirven penas muy severas si a la larga no se les aplica a los transgresores.

Y aquí radica el problema. Nuestro sistema ha demostrado ser muy poroso. Son muy pocas las sentencias condenatorias por muchos motivos: Exceso de expedientes, falta de pruebas, accionar –legítimo- de los defensores, amparos, recusaciones, carencia de medios científicos (por las enormes limitaciones del Inacif).

Por lo mismo, no hay confianza en el sistema. Por eso la población parece “conformarse” con que se sufran con las carceletas y con prolongada prisión provisional. Padeciendo ceguera o sordera acepta la sociedad que padezca eso porque de todas formas no van a resultar condenados. Es la única forma en que se impone cierto miedo. Con ello, la justa vindicta popular queda algo satisfecha. Lo importante es que de alguna forma los culpables no se salgan con la suya. No importa que algunos justos paguen por pecadores. Algunos que podrían ser usted o yo.

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