Al discutir reformas a la Ley Electoral los actuales diputados tuvieron el cuidado de velar para que nada cambie y asegurarnos que tendremos el mismo perfil de Congreso de los últimos años, lo que equivale a decir que el próximo será peor que éste de acuerdo con la dinámica que se ha venido observando cada cuatro años, cuando los relevos de diputados terminan en el incremento de la ineptitud y la desfachatez. Ninguna posibilidad de que los ciudadanos podamos realmente elegir a nuestros representantes porque estos seguirán siendo postulados de acuerdo a las normas vigentes que se fundamentan en la compra de curules en una de las modalidades del perverso financiamiento electoral.

La idea de que puedan revisarse los distritos para que los ciudadanos sepan exactamente quién los representa y que se elimine la votación por planilla para hacer selección de los candidatos de acuerdo a su perfil individual, quedó eliminada de un plumazo porque no conviene a los diputados. El problema y el gran dilema realmente de nuestra coyuntura es que todo cambio urgente y necesario tiene que ser aprobado por los que son causantes del problema y por quienes viven de los vicios del sistema. Ni modo que ellos mismos van a ponerse la soga al cuello para acabar con sus jugosos privilegios y limitar el poder de los caciques de los partidos políticos para decidir el futuro del país.

No existe la menor esperanza de que en el marco de esta institucionalidad, cimentada para fortalecer la impunidad y garantizar la corrupción, pueda haber un cambio orientado a la promoción del bien común. Hasta los obispos terminaron por darse cuenta de la porquería de Congreso que tenemos, quitándose la venda que les habían puesto en los ojos para defender lo indefendible, y eso ya es mucho decir.

El problema es que estamos viviendo en una sociedad que no entiende la importancia del bien común y de los esfuerzos que debemos hacer para terminar con un modelo que margina a los más pobres. Se han trastocado los valores y la ética dejó de tener importancia porque cada quien anda viendo el derecho de su nariz, buscando cómo trafica influencias para beneficio personal, olvidando todo sentido de responsabilidad hacia los demás.

Es el colmo que viendo la actitud arrogante de los diputados sigamos de brazos cruzados pensando que el cambio llegará como por arte de magia algún día. No queremos darnos cuenta que ellos están haciendo su papel para defender sus intereses y proteger sus privilegios, aprovechándose de la indiferencia de los ciudadanos.

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