Eduardo Blandón

El espaldarazo del gran capital al gobierno, agrupado cual sindicato de la peor catadura, revela lo consabido: no hay límite cuando se trata de defender los intereses gremiales.  No importa si tienen que mentir adulando al Presidente, a toda luz inmoral y cínico, ocultar las triquiñuelas de sus asociados o simplemente asociarse descaradamente al lado de los corruptos.

Queda demostrado por enésima vez que la moral que guía a los empresarios es única y exclusivamente la de las utilidades.  Lo que prima en sus mentes es la ganancia y las ventas, nada más.  Y si para ello, hay que llevar a la quiebra al país o hundirlo en el estiércol de la impunidad, no importa.  Lo valioso son ellos, las ventajas de la exclusividad y la protección de los amigos embarrados de una caca que, según ellos, ni siquiera huele mal.

Porque, vea el ridículo que hacen para blindar a los que forman parte de su santoral.  En el caso de Arzú, un gran hombre y prócer de la patria, según sus criterios, afirman que no se puede juzgar a alguien sin tener en cuenta el contexto.  Por ello, el presunto acto de corrupción cometido hay que analizarlo desde “lo grande” que ha sido para el país.  El firmante de los acuerdos de paz, por ejemplo.

Luego, cualquier fraude hipotético podría quedar atenuado por la grandeza y magnanimidad de un político que no ha sabido sino beneficiar a los guatemaltecos, tanto como presidente como por alcalde, según su discurso benévolo (eso sí cuando se trata de dar morada y cobijo a los de su grupúsculo impío).  Es decir, que cualquier irregularidad palidecería con la dimensión del súper hombre acusado por las autoridades de turno.

Esa lógica, sin embargo, solo se aplica entre ellos.  Nunca se dice, por ejemplo, que un ladrón deba ser juzgado teniendo en cuenta su contexto.  Los de cuello blanco tienen privilegios.  El carterista, aunque haya nacido en una familia sin recursos y con pocas oportunidades, a causa del sistema injusto sostenido por el gran capital, tiene que ser juzgado por una justicia ciega, sin miramientos ni consideración.

Muchos empresarios no solo hacen el ridículo, sino que ventilan su desvergüenza a los cuatro vientos.  Han perdido el estilo de antaño para asociarse complacientemente al capital de dudosa procedencia.  Y al verse descubiertos, se defienden como bestias heridas y humilladas.   Ese el odio visceral contra los que osan el reclamo, no importa si es la CICIG, el Ministerio Público, usted o yo.  Para ellos, somos solo una turba poblada de resentidos y llenos de envidia, rosados, rojos y oenegeros que no amamos su patria (la que también quieren robarse).  Su codicia no tiene límites.

 

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