Marco Tulio Trejo Paiz

Invitado gentilmente por el Embajador de la República de China (Taiwán), John C.C Lai, asistí a la espléndida recepción que, con ocasión de celebrar el 106 aniversario de la fundación del mencionado estado del sudeste asiático que se llevó al cabo el lunes 9 de este mes en Hotel Camino Real de nuestra urbe capitalina.

La asistencia de amigos y simpatizantes del progresista país fue multitudinaria y se vio muy animada, evidentemente contenta departiendo unos y otros sobre el importante motivo del festejo, durante el que se degustaron exquisitas viandas típicamente taiwanesas.

La preciosa isla de la pequeña gran República de China, lindante con el territorio de la China Continental comunizada, pero reservándose el nacionalismo a diferencia de otros patios del mundo que siguieron ostentando la bandera roja con la hoz y el martillo.

A lo largo de varias épocas, la China comunista dividida por un estrecho fronterizo, los “ombres” (sin h) que se han entronizado por fas o por nefas en el poder de la férrea dictadura del llamado proletariado, la Chinona ha amenazado a Taiwán con anexarse por las buenas o por las malas dicho insular bastión marítimo que el generalísimo Chiang Kai-shek ocupó tras la cruenta pelea del pequeño ejército que hizo mucha resistencia a las bandas comunistas de Mao.

Miles de chinos taiwaneses, dada la pequeña extensión territorial de su isla se han desparramado trafagando hacia otros países buscando horizontes promisorios en la redondez del planeta-tierra.

Guatemala ha sido hospitalaria para los emigrantes de la isleña república del suroeste asiático, y aquí establecen centros comerciales e industriales con buenas perspectivas de éxito que contribuyen a mejorar la economía nacional.

Debemos recalcar que en la recepción del 106 aniversario de su bella isla y de su extraordinaria superación, lograda con patriótico esfuerzo, deberían remedarlos las naciones que andan con caites de subdesarrollo sin mayores esperanzas de salir a flote como la exitosa República de China (Taiwán), de magníficas relaciones con nuestro querido suelo patrio.

¡Ojalá que así sea para sentir legítimo orgullo!

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