Eduardo Blandón

El problema que tienen los que son investigados por la CICIG es el de demostrar su inocencia y desvincularse de dichas acusaciones.  No dudo que sea una tarea ardua y desgastante, pero la defensa vale la pena para desmontar eso que ellos llaman “acusaciones infundadas” o también “juicios políticos”.

Lo que es erróneo, creo, pero también sospechoso, es insistir en argumentos como ese de que el jefe de la CICIG es extranjero y que tenemos que ser nacionalistas, esto es, evitar toda intromisión foránea.   Ese planteamiento, lejos de favorecer a los sindicados, les perjudica porque no desvirtúa las  acusaciones y deja la impresión de que en realidad algo se oculta.

De modo que el Alcalde capitalino, por ejemplo, debe evidenciar lo que parece ser (al menos eso es lo que ha dado a entender) una patraña más del infame encargado de la CICIG, Iván Velásquez.  Aunque eso sí, es claro, que debemos interpretar sus rabietas y arrebatos, sus gestos y palabras, así como la búsqueda de alianzas, como una estrategia conjunta que salir airoso del mal momento en que se encuentra.

No dudo que Álvaro Arzú sepa en su fuero interno que la crisis puede fortalecerlo.  Pero para eso debe, además de convocar alianzas, demostrar su inocencia.  Explicar a la población en qué consistía su relación y colaboración con algunos personajes oscuros de la historia reciente guatemalteca.  Por partida doble, debe acreditar la moralidad de sus actos frente a sus electores y adversarios, así como contra quienes lo investigan.

De no hacerlo, su capital político y su legado quedarían hecho pedazos.  Con el riesgo de quedar solo, abandonado incluso por sus colaboradores cercanos, en medio de una tormenta atroz.  Con la amenaza incluso de ponerlo contra las cuerdas y noqueado por un sistema de justicia que parece no querer dar tregua ni ser indulgente.  Sería su situación algo así como un apocalipsis impensable.

Para su fortuna, la guerra a la que él aludió hace pocas semanas apenas ha empezado.  Tiene a su favor una personalidad que muchos aprueban, el apoyo del gran capital organizado (CACIF) y la simpatía de algunos líderes (religiosos y no religiosos).  Además de ello, el político conoce el sistema como la palma de su mano y el carácter a veces frágil de sus adversarios.  Eso sí, también es consciente que soplan vientos nuevos y, la verdad, es que nunca como hoy parece estar asustado y fuera de sí.

 

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