El mundo entero se encuentra conmovido por la tragedia ocurrida el pasado domingo en la noche en Las Vegas, Nevada, donde una persona disparó miles de tiros, de manera fría y metódica, en contra de una multitud concentrada para asistir a un concierto. Cuesta entender cómo alguien puede tener la sangre fría de preparar una acción de ese calibre y ejecutarla disparando sistemáticamente, cambiando no sólo armas sino recargándolas una y otra vez para disparar las ráfagas automáticas que dejaron a una nación viviendo una tragedia sin precedentes.

La personalidad del criminal no muestra cuáles pudieron ser sus motivaciones para perpetrar ese acto de terrorismo brutal que cobró casi sesenta vidas, al momento de escribir esta nota, y que provocó heridas a centenares de los asistentes al evento artístico, pero sí deja en claro la enorme vulnerabilidad de las sociedades ante los actos perpetrados por terroristas y cómo una sola persona puede dejar tal resultado en pérdida de vidas y en daños que en muchos casos serán irreparables para tanta gente.

Es importante ver el efecto que tiene la libre venta de armas y municiones para que alguien, sin someterse a ningún tipo de control, pueda adquirirlas libremente. Ese debate que hay en Estados Unidos respecto al derecho a la tenencia de armas, como un privilegio garantizado constitucionalmente, sin duda que encontrará nuevos adeptos, al menos entre quienes lo que demandan es más control y la total prohibición para que se puedan tener armas automáticas que tienen esa capacidad de destrucción como la que pudimos presenciar a través de los videos que ha transmitido la televisión, pero también en cuanto a la existencia de esos llamados blancos blandos a los que resulta prácticamente imposible proteger y que son presa fácil de cualquier persona dispuesta a matar sin compasión.

A lo largo y ancho del mundo hemos visto situaciones similares, algunas veces inspiradas por temas políticos, otras por temas religiosos o culturales y el común denominador es lo fácil que se vuelve destruir tantas vidas y que basta con seleccionar los blancos posibles para que la actividad de los terroristas sea concretada y llegue a su fin. El atacante de Las Vegas cae en la definición de terroristas porque, aunque se ignoren sus motivaciones, sembró un terror sin precedentes y deja a su país expuesto a nuevos ataques porque al evidenciar cuán fácil es para cualquiera hacerse de un arsenal como el que tenía, transportarlo tranquilamente hasta la habitación de un hotel y luego usarlo con toda la frialdad del mundo, crea un vacío enorme en materia de seguridad.

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