Félix Loarca Guzmán

Desde el 27 de junio de 1954 cuando se produjo el derrocamiento del gobierno nacionalista del presidente Jacobo Árbenz Guzmán, se rompió la esperanza de la primavera democrática inaugurada con la Revolución del 20 de Octubre de 1944.

Es importante recordar que la caída del régimen arbencista fue como consecuencia de la traición de los principales jefes militares, y por la invasión armada alentada y financiada por el gobierno republicano de Estados Unidos que entonces presidía Dwight Eisenhower, quien enarboló como pretexto que el gobernante guatemalteco era comunista.

Para el efecto, la administración norteamericana llevó a cabo una gigantesca campaña mediática internacional de desprestigio contra el gobierno del coronel Árbenz, acusándolo de ser un peligro para la seguridad continental.

Varios años después, documentos desclasificados del gobierno de Estados Unidos revelaron que Árbenz no era comunista y que todo había sido una patraña para beneficiar a una transnacional frutera.

Curiosamente, esa campaña de mentiras, fue muy parecida a la que Estados Unidos ha estado auspiciando actualmente para desestabilizar al gobierno revolucionario del presidente Nicolás Maduro de la República de Venezuela.

A partir del derrumbe del gobierno del presidente Árbenz, que la historia registra con crespones negros, nuestro país ha sido dirigido por una sucesión de gobiernos de derecha, defensores de los intereses oligárquicos, permitiendo el saqueo de los recursos naturales.

El gobierno actual de Jimmy Morales no es la excepción. Después de haber ganado las elecciones con cierto respaldo popular, su grado actual de aceptación entre el pueblo es muy escaso. Su mayor respaldo lo tiene en militares de la línea dura del pasado reciente y en un grupo de la clase económica más conservadora como los terratenientes y los ganaderos.

Guatemala es un país que transita por un camino sin esperanzas alentadoras, en donde alrededor del 60 por ciento de la población vive en condiciones de pobreza, mientras unas pocas familias tienen el control de la economía, del sistema financiero y de las principales instituciones gubernamentales.

La cacareada democracia y la comedia de “elecciones libres” cada cuatro años son una farsa que encubre la purulencia de un sistema político agotado y desprestigiado.

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