Alfredo Saavedra

No es aislado el hecho de que Guatemala tenga un mal Presidente, resultado de unas elecciones con la principal anomalía del absentismo de votantes. El defecto es histórico con una galería de gobernantes destacados los más por dictadores que han dejado a su paso un rastro de sangre que ha convertido en miserable la vida de miles de ciudadanos y sus familias y los menos dañinos resultado de procesos electorales fraudulentos o apropiados por el Ejército Nacional, como ocurrió en 1966 cuando el presidente Julio César Montenegro gobernó con un fusil en la espalda tras su triunfo en elecciones normales.

Inciden también para la elección de un buen presidente la educación cívica del electorado en la que prevalezca una conciencia colectiva que elija al gobernante por su sabiduría, trayectoria ciudadana en el ejercicio de sus deberes con justicia, honradez, una decencia a toda prueba y la práctica de actividades ejemplares en el trabajo o las profesiones contribuyentes a la evolución efectiva del conglomerado social.

La actual revuelta del pueblo de Guatemala se justifica de sobra a partir de que el Presidente no sólo no llena los requisitos enumerados sino también ha dado continuación al desgobierno anterior cuyo derrocamiento se produjo por una protesta popular como la que hoy empieza, engendrada por el repudio ciudadano a la corrupción y la impunidad que con el actual gobierno se ha agudizado con resultados tan de reproche como ha sido el encarcelamiento de un hijo y un hermano del presidente Jimmy Morales, en situación que de darse en un Estado convencional ya lo tuviera no sólo fuera de la Presidencia sino en la cárcel haciéndole compañía a su familia.

Las demostraciones cívicas hace dos años, que culminaron con una concentración de ciudadanos nunca vista antes y que sacaron del poder al por entonces presidente Pérez Molina y su mancuerna señora Baldetti, ahora en cautiverio los dos, no consiguieron un objetivo positivo, pues degeneró el suceso en una especie de río revuelto para provecho del oportunismo, pues al final todo culminó en unas elecciones que dieron la ganancia a un candidato espurio con la maldición de ser apoyado por militares de la línea dura del Ejército, con una manchada hoja de servicios en el pasado.

Surge Jimmy Morales luciendo la Banda Presidencial como el morral que usaba cuando en su pantomima imitaba a los indígenas en forma chabacana, en lugar de haber desempeñado un digno papel en servicio de nuestra cultura ancestral. Ese era el gran antecedente del candidato que ganó votos de un círculo de votantes sin educación cívica y gracias al absentismo de quienes no votaron, votaron en blanco o anularon el voto que en circunstancias normales con aspirantes de mérito, le hubieran dado el triunfo a un candidato idóneo.

Decíamos que no es aislado el infortunado hecho de tener un mal Presidente porque México también tiene uno surgido de un electorado fácil con un gran caudal de votantes seducidos, mejor dicho seducidas por la figura de galán de telenovela, si no recuérdese la célebre nota de un diario de ese país, que dio noticia de una convención dominada por mujeres que ante la presencia del candidato gritaban emocionadas “Enrique bombón, contigo nos tiramos al colchón”. ¡Vaya forma de elegir presidente!

Y también se tiene la circunstancia reciente con los Estados Unidos, que un llamado Colegio Electoral le dio la presidencia al multimillonario Donald Trump, que hoy con su discurso ante Naciones Unidas, ha demostrado una vez más su locura de remate al anunciar que está dispuesto a generar una guerra nuclear, lo cual resulta mucho peor que lo que hace el Jimmy de esta triste historia al cantar: “Soy un pobre payaso”.

Artículo anteriorAmor y fidelidad de la Santa Madre Teresa
Artículo siguienteAdultos mayores, de erúditos a ignorantes