Juan Jacobo muñoz

Algunos sostienen que la vida es una ilusión y la realidad una invención de la imaginación.

Hay tantas versiones de lo mismo. Cada quien viendo con su lente, logra apreciar partes a través de su propia naturaleza de ser humano. Y cada quien debe estar pendiente de eso, no porque sea malo, sino porque es necesario cuidar cualquier desproporción.

Tal vez el tema de la patria sea un asunto de cosas sagradas en algún punto. Con frecuencia me pregunto qué cosas son sagradas para mí, e inmediatamente me pongo a hacer listas de cosas de manera compulsiva que luego me parecen muy largas.

Dentro de las cosas que puedo visualizar en mi imaginación, tal vez lo más sagrado sea el amor y la bondad que genera. A mí me hace sentido, porque encuentro que todo lo que no es amoroso termina siendo a la larga muy primitivo, acaso bestial.

En este momento a mi parecer, vivimos en un mundo de violencia, donde todo es castigado y como generación vamos a morir en él. Todo parece ser necrófilo, no hay muchas intenciones biofílicas. Nos orientan a todos a pensar de alguna manera y mucho de cualquier cosa puede embrutecer a la gente.

Cuando en general hablamos del amor, inmediatamente y por razones muy de la cultura o de la costumbre, lo reducimos a una relación de pareja y la vida sexual que esta conlleva. Tenemos que hacer un segundo intento para ubicarlo en otras áreas de la vida, y si lo hacemos en serio (el intento) podremos ver que el amor es universal y se manifiesta en todas las cosas. Cuando era niño, mi padre solía decirme que lo que yo hacía, tenía impacto en todo el mundo.

El amor es un valor, no es solo un sentimiento. Empieza por uno mismo y con ayuda de los cercanos. Es conocerse y entrar en posesión de sí mismo para ofrecerse al exterior con seguridad y sin miedos ocultos. Cuando pensamos sin interés malicioso, aceptamos un punto de vista, recapacitamos sinceramente o resignamos ser protagonistas en beneficio de otro, estamos siendo amorosos.

El fervor patrio podría ser patentizado en el amor a los hijos, con cuidados esenciales y acompañamiento comprensivo de su desarrollo. Darles raíces para que tengan identidad y alas para que sean libres. La identidad es algo sagrado y la libertad también, y ambas se traducen en el atrevimiento a pensar, generar opciones y participar activamente en las decisiones. Una fortaleza para no venderse, como freno a la corrupción que tanto daño hace a un país.

Igual que con los hijos, con la gente. Inspirar es provocar en los otros lo que uno ya tiene, así funciona el ejemplo. Cualquiera que no vea en los demás a iguales o los maltrate; lo que siente es una enorme necesidad de ser visto y no ser olvidado, y a veces porque lo carcome la envidia. En ambos casos cabe decir que se tiene poca fe, es decir no tiene una buena identidad y no es libre.

Si lo que ahora vemos es un mundo donde lo que priva es la violencia y su naturalización ascendente, es posible pensar que el amor decrece y que la identidad de los participantes está en duda.

Cuando la patria se vuelve tema, muchos quisieran ser imbuidos por arquetipos de héroes, guerreros o mártires encendidos en patrio ardimiento. Cosas que tranquilizan el alma, pero que solo son un fogarón que pronto se apaga, y luego… la nada.

El amor salva, pero nunca a lo tonto. Una patria independiente solo la logran personas independientes. No es solo hacer sacrificios, es principalmente entregarse en sacrificio a las cosas sagradas.

 

Artículo anterior¿Ni corrupto ni ladrón?
Artículo siguienteMarquesado de Aycinena y “El editor Constitucional” y “El Amigo de la Patria”