Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
La polvareda levantada con toda intención por el resurgimiento del viejo enfrentamiento ideológico en el país no permite ver con claridad el panorama y se nota que la comunicación que debiera ser fluida para permitir la búsqueda de acuerdos, está plagada de ruidos que no son casuales sino deliberadamente provocados para obstaculizar, precisamente, cualquier posibilidad de entendimiento sobre los temas fundamentales. El colmo es que no se discute ya el tema de la corrupción, sino si los comunistas están atrás de todo lo que se hizo para encarcelar a los corruptos, lo que crea un ambiente de confrontación en el que se diluyen los asuntos puntales que constituyen el problema real.
Guatemala vive actualmente un serio dilema que marcará para muchos años el futuro de varias generaciones. La pregunta del millón es si realmente vivimos en un país dominado por la corrupción o si, como sostienen algunos, ese concepto es resultado de una manipulación de quienes quieren “destruir nuestra democracia y nuestro estilo de vida”. Si hay corrupción, tendríamos el deber y la obligación de combatirla, porque es indudable que cada centavo que se roba en un país como Guatemala le arrebata oportunidades a los más pobres que carecen de esperanza porque no se generan oportunidades ni se fomenta el desarrollo humano. Si queremos defender esa democracia y el estilo de vida, tenemos que demostrar que ni una ni el otro están contaminados por las prácticas corruptas.
Pero empecemos por la democracia. Es importante ver que no tenemos un sistema de partidos políticos fuerte y eficiente, sino que nuestra democracia está basada en agrupaciones electoreras carentes de referentes en materia ideológica y en cuestión de principios. Quien tenga la menor duda de que aquí lo que hay son partidos empresa y que en vez de democracia tenemos una real pistocracia, no entiende cómo se práctica la política en el país porque desde hace muchos años se ha dado la modalidad de comprar a los candidatos desde antes de que lleguen al poder para asegurarse todo tipo de favores y contratos. Hay financistas que no dan únicamente a un candidato, sino que se aseguran dando a todos los que según las encuestas tienen alguna posibilidad y, a lo sumo, dosifican los aportes de acuerdo a las probabilidades de triunfo que vean en cada proyecto.
Esa es la democracia que genera la institucionalidad que ahora se pregona como parte de lo que hay que cimentar ante el “ataque extranjero”.
Pero también hay que decir que quien tenga duda de cómo se obtienen contratos, de cómo se ganan licitaciones o se le vende al Estado por el contrato abierto, quien dude de cómo es que se tramita todo tipo de licencias, desde las de construcción hasta las de explotación de recursos naturales, no sabe del meollo de nuestra administración pública. Quien crea que las plazas fantasma son un invento de los extranjeros no sabe cómo se manejan las planillas y renglones de gastos personales en todas las dependencias, incluyendo el mismo Ejército.
Si eso es “la democracia y el estilo de vida que defendemos”, que Dios nos coja confesados.