Raúl Molina
La próxima semana, la población estará celebrando la independencia, quizá olvidándose por algunos días del compromiso que hemos retomado de depurar al gobierno. Los sectores pro corrupción e impunidad, apoyados por los temerosos del “quiebre institucional”, hablarán de la fiesta nacional y de la unidad nacional, para tratar de salvar la nave FCN-Nación que se hunde por su propio peso. Vale la pena reflexionar sobre la independencia centroamericana y, por ende, de Guatemala. Es cierto que hubo conspiraciones en Centroamérica; pero nunca se llegaron a convertir en procesos armados de emancipación política, como en México y América del Sur, a partir de 1810, o posteriormente en el Caribe hispano. De hecho, los Criollos de Centroamérica optaron por declararse independientes de la corona española; pero dejaron clara su preocupación principal en el Acta de Independencia, al manifestar: “1º Que siendo la independencia del Gobierno Español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el Sr. Jefe Político lo mande publicar para prevenir las consecuencias, que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”. Los Criollos –de sangre europea nacidos en América– se adelantaron así a la decisión del pueblo de independizarse, como lo había hecho poco antes Atanasio Tzul, figura representativa del Levantamiento Indígena de Totonicapán de 1820, que derrocó el poder español de la localidad e impuso durante 29 días un gobierno propio en la región conocida como “Totonicapán en el Reino de Guatemala”. En todo caso, la independencia sí fue un acto de soberanía que cortó los vínculos con España, eliminando la capa de peninsulares (nacidos en Europa). Lamentablemente, ni se pensó en alterar la pirámide de estratificación social y económica.
Guatemala compartió con el resto de países latinoamericanos la realidad de pasar del dominio de la Corona española al dominio de la clase de los Criollos. Pronto, esta clase, para consolidar los Estados que surgieron, se endeudaron con los imperios del momento, lo que se fue profundizando con el tiempo. Aún los textos más moderados de Historia de América Latina que se utilizan, en inglés, en Estados Unidos caracterizan este período como “paso de la independencia política a la dependencia económica”. El surgimiento del capitalismo fue aprovechado por Estados Unidos, y luego las Guerras Mundiales, para reemplazar a los otros imperios. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, dicho país pasó de la dominación económico-política sobre América Latina y el Caribe a claramente la dominación política imperial. De esta manera, la región enfrenta hoy dos grandes desafíos: la transición de la dependencia económica del imperio a cierta interdependencia continental; y la segunda independencia política, esta vez de Estados Unidos. No podemos ignorar esto en el momento de celebrar, merecidamente, que desde el 15 de Septiembre de 1821, nos liberamos de España, siempre y cuando estemos dispuestos ahora a independizarnos políticamente de Washington antes del bicentenario de nuestra independencia.