Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Los “fundadores de la patria” tuvieron buen cuidado de mantener desde el principio a la sociedad bajo profundas divisiones que han calado hondo en las relaciones entre los guatemaltecos, al punto de que nos hicieron un pueblo desconfiado que siempre anda viendo micos aparejados y que presupone, todo el tiempo, segundas intenciones en lo que el otro dice o hace. Jamás damos por sentada la buena fe de nadie y nos acogemos a fetiches para ir marcando las diferencias. Si no es entre indígenas y ladinos es entre pobres y ricos, o entre liberales y conservadores, comunistas y anticomunistas, chusma y gente de bien, huecos y machos o cualquier otro asunto que pueda usarse para marcar diferencias, para establecer barreras de comunicación.

Y caemos fácilmente en el juego de quienes son expertos en el maniqueísmo para mantener dividida a la sociedad, sabiendo que ello funciona en favor de quienes han sido los eternos titiriteros del país, aquellos que han visto pasar camadas de políticos y promociones de militares que se creen el poder real pero que son simplemente instrumento de otros sectores que operan con absoluta claridad de cuáles son sus fines y en dónde quieren mantener el país. Porque jamás han aceptado siquiera la menor posibilidad de que podamos cambiar el modelo que, repito, fue diseñado desde que se planificó la independencia.

Hoy, cuando el tema a debate es simple y llanamente si queremos o no combatir la corrupción, nos han llevado al terreno de ese estúpido y vacío debate ideológico que plantea tal lucha como una forma de destruir nuestro estilo de vida, llegando al colmo de afirmar que la CICIG viene a atentar contra nuestros valores, como si fuera un valor esa práctica permanente del juego de la corrupción.

Se llenan la boca hablando del estado de derecho y del cumplimiento de la ley, pero cuando la ley se aplica a alguno de los suyos se denuncia la agresión y surgen argumentos sobre el debido proceso, mismo que les importó un pepino cuando las víctimas de los vicios eran mareros y pelados. Cumplir la ley, dicen, es la receta para la convivencia, pero siempre y cuando la ley se aplique a los otros. Por ello tantos se disputan la paternidad de aquella frase de que “para mis amigos todo y para mis enemigos la ley”.

Yo insisto en que buscar la decencia y acabar la corrupción no es tarea ni de izquierdas ni de derechas, sino de gente honesta y decente que no quiere seguir nutriendo un sistema que está podrido hasta sus raíces y que, tarde o temprano, pasará factura aún a los que han sido beneficiarios del régimen de opacidad. Creo que muchas personas decentes fueron convencidas de que los comunistas están a las puertas y que si no apuntalan el sistema, aunque sea corrupto, seremos otra Venezuela, pero no se han dado cuenta que hay enormes similitudes, en realidad un calco, entre Maduro y Morales Cabrera por su actuación contraria a la ley y actitud tan obtusa como para llevar al país al despeñadero.

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