Adolfo Mazariegos

Hace poco, tal vez dos o tres meses atrás, escribí en este espacio acerca de las reiteradas tragedias a las que pareciera que Guatemala, de forma nefasta y lamentable, se va acostumbrando irremediablemente. Una tras otra, como escenas de una oscura película de grotesco libreto, los sucesos que cobran vidas humanas y que sencillamente pasan a engrosar los tomos de estadísticas y páginas de periódicos, se suceden sin que nada se solucione a pesar de que mucho se hable de ello inclusive allende las fronteras. ¿De qué sirve que lamentemos y nos indignemos cada vez que algo como la tragedia del Hospital Roosevelt sucede?; ¿de qué sirve que censuremos el actuar de inconscientes pilotos de buses que en cada recorrido ponen en riesgo la vida de sus pasajeros y las suyas propias? (como sucedió hace pocos días en la carretera Interamericana); ¿de qué sirve que lloremos la vida truncada de más de cuarenta menores fallecidas en un “hogar seguro” a cargo de instituciones del Estado? ¿De qué sirve que dos o tres diputados al Congreso de la República se rasguen las vestiduras y se den baños de pureza ofreciendo iniciativas populistas e insulsas que saben perfectamente no servirán de nada? ¿De qué sirve que el mandatario del país ofrezca una conferencia de prensa para decir que es un día triste por lo ocurrido, mientras todo sigue igual o peor?… Es más que evidente que algo no está caminando bien en los engranajes que se supone mantienen en (buen) funcionamiento la maquinaria del Estado. Y aunque ciertamente, todos debemos poner nuestro grano de arena para que las cosas caminen bien, hay algo que innegablemente no se está cumpliendo a pesar de encontrarse establecido en la Constitución Política de la República desde sus primeros artículos: lo concerniente a la protección de la persona (humana) y a los deberes del Estado a ese respecto: “Es deber del Estado garantizarle a los habitantes de la República la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral de la persona” (Artículo 2do., CPR). No es posible que Guatemala siga ese camino a través del cual se convierte en el país de nefastas crónicas anunciadas cuyo nombre, tristemente, suena inclusive en los medios extranjeros por razones sumamente indeseadas. No pueden seguirse perdiendo vidas inocentes por situaciones que tal vez podrían evitarse con tan sólo un poco de interés y verdadero compromiso de las autoridades. La posibilidad de que sucediera en un hospital público una tragedia como la ocurrida en el Roosevelt ya se había pronosticado; los accidentes de buses extraurbanos es algo de lo que se habla casi a diario; y tragedias como las del hogar seguro en cuestión, sencillamente nunca tendrían que suceder. No se puede argumentar ignorancia en ello. Este país necesita acciones que garanticen la paz, la seguridad y la vida de la ciudadanía, y no tan solo ver pasar la película de cómo nos convertimos en ese país de nefastas crónicas anunciadas. ¡Ya no!

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