Carlos Figueroa Ibarra

El gobierno revolucionario de Venezuela ganó el 30 de julio de 2017 con las exitosas elecciones a la constituyente, una importante batalla por la legitimidad. Pero es solamente una batalla. Le queda ganar la batalla contra la guerra económica y dentro de ella, la batalla contra el desabasto. Esta batalla no se librará solamente contra los acaparadores internos, sino también contra las sanciones económicas estadounidenses cuyo reforzamiento está buscando en su gira por América Latina el vicepresidente Mike Pence.

Además, resta afrontar un escenario bélico que no es descartable en el contexto actual. Hace unos días, un bravucón presidente imperial amenazó a Corea del Norte con “fuego y furia” y poco después dijo que no descartaba una intervención militar contra Venezuela. Mi impresión inicial es que ambas amenazas no dejan de ser balandronadas muy propias de Trump. Ni siquiera las represalias económicas tienen posibilidades plenas de cumplirse sin afectar a la economía estadounidense, por lo que ya se han alzado en los propios Estados Unidos de América voces empresariales advirtiendo de los peligros que conllevan dichas represalias.

En estos meses de su mandato, Trump ha usado al enemigo externo como una estrategia de reposicionamiento ante el desgaste que sus extremismos y tonterías le están ocasionando. No es un secreto que ese desgaste es grande y por ello el embarcarse en dos nuevas guerras al mismo tiempo suena ilógico. No obstante, Maduro ha ordenado a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana maniobras militares en todo el país para el 26 y 27 de agosto.

Hay una alternativa a la hoy inviable invasión militar: la guerra de baja intensidad. Similar a la que se aplicó en Nicaragua y que terminó erosionando la hegemonía sandinista en 1990. En Nicaragua, el imperialismo estadounidense empleó el embargo y una guerra que solamente era de baja intensidad para el imperio. Recuerdo muy bien a mi amigo, el sociólogo argentino Carlos Vilas, contándome las escenas desgarradoras de madres nicaragüenses despidiendo a sus hijos jovencitos que iban para el frente. Muchos de ellos no regresaron o regresaron mutilados. Imposible olvidar que fue no eliminar el servicio militar obligatorio, causa esencial de la derrota inesperada de Ortega en aquel aciago febrero de 1990. En Venezuela la ya violenta oposición de la derecha neoliberal tiene sectores aún más violentos y extremistas que estarían pugnando por pasar de las “guarimbas” a acciones militares. Un grupo de estos extremistas simuló un levantamiento militar que tenía propósitos mediáticos al atacar el Fuerte Paramacay, lo cual revela ya contingentes con entrenamiento militar en la oposición venezolana.

Con miles de antiguos paramilitares colombianos residiendo en Venezuela, un uribismo beligerante en Colombia, no es posible descartar un escenario de desgaste militar que tendría su retaguardia en dicho país. Similar a lo que sucedió en Nicaragua entre 1979 y 1989, cuando principalmente Honduras se volvió en un santuario de la contra. La OEA acaso podría juntar los votos necesarios, para acabar con una intervención “interamericana” contra el “Estado fallido” que ha pregonado Pence en su gira.

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