Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Para cambiar una realidad hay que conocerla, pero más que eso, hay que entenderla y eso ha sido uno de los principales retos surgidos a partir de 2015 porque los trabajos de los entes investigadores han podido mostrar algunas facetas de nuestro viciado sistema, pero ha sido imposible pintarlo de cuerpo entero porque la descomposición ha sido tanta que es muy difícil evidenciarlo todo. Algo así como que Nueva York hubiera intentado reconstruir las Torres Gemelas en dos o tres años; era imposible.

Pero el hecho de que no todos hayan entendido la dimensión del problema (algunos porque no le han dedicado el tiempo) aunados a los otros que lo entienden tan bien que por eso se agrupan para que nada cambie, ha sido un gran obstáculo para materializar los cambios que el país necesita.

Esta columna la escribo al filo de la medianoche y no es la falta de sueño la que me hace poner un titular como el que antecede, sino es esa genuina preocupación al sentir que no estamos viendo la foto completa y que por ende, no hemos terminado de dimensionar el tamaño de nuestros retos y por eso, tampoco hemos definido el tamaño de nuestros sueños (en otras palabras, no hemos definido la Guatemala que queremos).

Decirle a un guatemalteco con oportunidades que necesitamos tener el sentido de urgencia para lograr los cambios que el país requiere con el afán de darle viabilidad a más oportunidades para todos, en especial a los más necesitados, es una tarea difícil porque cuando se come los tres tiempos al día o peor aún si el sistema ha ayudado a tener esas oportunidades (especialmente si es por medio de la corrupción), no se siente el apremio por lograr el cambio. Simplemente la gente no quiere ver «por qué» urge tanto la reforma integral del Estado y el cambio en nuestra forma de ejercer ciudadanía.

Pero debemos entender que la descomposición de este sistema está diseñada de una manera en la que tarde o temprano la misma nos alcanza. Hay gente que ha ayudado activamente a prostituir el sistema y luego es ese mismo sistema el que les pasa factura (a ellos pero también a millones) en hospitales, en cárceles, en procesos judiciales más allá de los plazos, etc.; también estamos los que pasivamente, con nuestra indiferencia, hemos dejado que el sistema se termine de consolidar y eso también nos pasa factura. Generalmente lo sentimos con la violencia, o cuando nos enteramos de alguien que fue a un hospital público a satisfacer una necesidad, pero se topó con la respuesta que ofrece un sistema colapsado.

Si usted cree que existe la posibilidad de invernar o de meterse en una burbuja que lo blinde o de seguirse excusándose en la indiferencia, está casi que firmando su sentencia porque este sistema no perdona: primero se lleva a los que menos oportunidades tienen, pero también se las cobra con quienes las tienen.

De tal manera que el futuro del país es un asunto mío, suyo, de todos, y así lo debemos entender porque si pretendemos dejar en manos de otros nuestro futuro, el resultado es lo que tenemos hoy, se lo garantizo. No podemos pensar que la Guatemala del futuro se construya sobre las bases del pasado, dominadas por la exclusión, la marginación, la corrupción y la impunidad.

El futuro demanda que los jóvenes piensen en su futuro como padres, y los que ya lo somos, pensemos en el futuro de nuestros hijos, pero también en el de tantos niños que saben que vinieron a este mundo a engrosar la fila de los que nunca logran romper el círculo generacional de la pobreza.

Si no atinamos a dar respuesta, a unirnos en al menos una cosa, un propósito, van a ganar aquellos que desean seguir en las mismas porque aunque el sistema nos alcance a todos, en estos momentos sigue siendo muy rentable para unos pocos.

Las cartas están sobre la mesa y de nosotros depende.

Artículo anteriorAllanan Municipalidad de Santa Catarina Pinula por indemnización a Tono Coro
Artículo siguienteTesis sobre la pena de muerte