Eduardo Blandón

Es domingo, día del Señor según los cristianos, motivado por resabios de vida conventual me dejo llevar por las mociones del espíritu (así se dice un poco de manera florida). Me conecto a internet y, ecuménico como soy, me apresto a escuchar el sermón dominical del pastor más popular de los Estados Unidos: Joel Osteen.

Osteen es un pastor protestante, aún jovenzuelo, 54 años, que dirige el megatemplo Lakewood Church, en Houston, Texas. Aparte de atraer a mucha feligresía, se habla de muchos miles cada domingo y millones que le siguen por diversos medios, es un escritor talentoso cuyos libros se venden como pan caliente. Todo un showman de sonrisa fresca que comparte contenidos motivacionales aderezados con citas bíblicas.

Pues bien, el domingo, el seductor religioso habló sobre la importancia del compromiso en la vida de los cristianos. No importa lo que pase, llueva, truene o relampaguee, Dios pide a sus seguidores no bajar la guardia, jamás renunciar y esperar siempre en Él. No importa si has tenido padres desgraciados, jefes infames o pseudoamigos, la gran divinidad llena de amor, sabrá recompensar la espera y confianza en Él.

Mientras predica, con un candor más que convincente, las cámaras enfocan la super iglesia. Sus seguidores están atentos, los hombres y mujeres de todas las razas parecen asentir, algunos levantan las manos y la mayoría se aferra a lo que parece ser la Biblia. Hay una conexión que podría llamar celestial, pero es de lo más terreno que se pueda ver, expresado en esa necesidad de escuchar palabras de amor y fortaleza en un mundo al que se niegan pertenecer.

Podría decir que yo mismo me dejé seducir por el sermón del hombre de Dios. Pero poco me duró la experiencia de semiarrobación. De inmediato recordé que algunas de esas almas aparentemente cándidas, son fanáticos dispuestos a hacer una pira en nombre de Dios. Con gusto harían una fogata en la plaza pública para ofrecerla al cielo en defensa de la pureza de sus doctrinas. Porque la historia no desmiente el gusto inflamable de tantas almas devotas.

Recordé, quizá ya apoderado por los malos espíritus, ese ánimo intolerante de pastores inconsecuentes. Su maldad, inquina y perversidad expuesta a los cuatro vientos. Todo, como se dice en el ámbito del derecho, con premeditación, alevosía y ventaja. Eso sí, nada que no se haga en nombre del amor a Cristo, para su mayor gloria y bien de la extensión de su reino.

Con todo, no dejaré de escuchar los sermones de Osteen ni amar entrañablemente a los buenos cristianos. Me une al mensaje cristiano, la teología y la iglesia misma, un pasado del que no puedo ni quiero despojarme. Creo que más allá de los malos ejemplos constatados, hay una iglesia heredera de valores y hombres y mujeres de gran valía del que sin duda se puede presumir. Eso no quita, sin embargo, que uno no sienta pena del fanatismo violento de quienes, por ejemplo, estarían dispuestos a prenderle fuego a las vallas de los ahora famosos Humanistas de Guatemala.

Artículo anteriorJulión Álvarez y Rafa Márquez sancionados por vínculos narco
Artículo siguienteCorrupción estructural