Es muy extraño que en Guatemala se conozca de alguien que estando en funciones públicas se dedique a hacer un trabajo con determinación, compromiso y una definida identificación con metas ideológicas de compromiso con el país.

El sábado se conoció la muerte del diputado Álvaro Velásquez y lo peor que se puede haber escuchado o leído es que alguien no esté de acuerdo con sus puntos ideológicos, pero nadie recuerda o cuestiona su labor como servidor público.

En La Hora hemos sido categóricos al denunciar que el Congreso de la República es uno de los pilares de la corrupción, el chantaje político, el aprovechamiento del poder para los intereses personales y una máquina de hacer millonarios a los especialistas de la transa que se dicen “padres de la patria”.

Al mismo Mario Taracena, exaltado por algunos, lo hemos calificado como el mejor representante de la vieja política y un oportunista que dio imágenes falsas mientras seguía haciendo lo mismo que todos sus antecesores y sigue siendo constructor del muro de la impunidad y del secuestro institucional del Estado.

Y nada ayudan otros representantes como Giordano, Fajardo, Boussinot, Melgar Padilla, Hernández y todas las joyas que se dedican permanentemente a buscar negociar el Listado Geográfico de Obras, a ponerle precio a iniciativas y ser los traficantes de influencias para que las postulaciones y nombramientos desde el Legislativo permitan mantener el control de los poderes paralelos e intacto el sistema de la impunidad.

Y en el campo político en general, más allá del Congreso, no es fácil encontrar ejemplos de personas que nos hagan sentir que existe compromiso con el país y una determinación real de pelear por los objetivos que se tienen planteados.

El diputado Velásquez fue en las distintas etapas en que se desenvolvió, un gestor del diálogo para la búsqueda de una sociedad más incluyente, desarrollada y comprometida con la ciudadanía que menos tiene.

Por supuesto, muchas personas se manifestaron contrarias a algunas de las propuestas liberales que planteó y él nunca llegó a interesar, no digamos motivar, a sus compañeros de pleno porque ellos son individuos no identificados con las causas del país.

Es de lamentar el fallecimiento del ciudadano Álvaro Velásquez, pero su fugaz paso por la política criolla hizo notar la gran diferencia que una persona correcta puede hacer dentro de un mundo de pudrición y ambición. Ojalá que se siga hablando de este representante para que las futuras generaciones traten de elegir a ese tipo de servidor público, el auténtico, porque estamos necesitados de gente buena y honrada.

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