Alfredo Saavedra

Desde Canadá.- Unas cien mil personas congregó el sábado pasado la demostración última en contra de las políticas de la cumbre G20, evento realizado en la ciudad de Hamburgo, Alemania, en manifestación que ese día se caracterizó por la forma pacífica con que se realizó, en contraste con los disturbios el día anterior con actos de violencia que dejaron lesionados a decenas de civiles y policías y un centenar de detenidos.

La protesta, una de las de mayores proporciones, en esos eventos realizados ya en varias importantes ciudades de Norteamérica, Europa y otras partes del mundo, conforme observadores, que vieron en Hamburgo una demostración exponente del repudio hacia el capitalismo predominante y sus expresiones de neoliberalismo aún en países dentro del esquema del subdesarrollado.

Según informó la prensa en Norteamérica, las protestas en Hamburgo, iniciadas desde el jueves anterior, además de centralizar su movimiento contra el capitalismo, tema integral en las pancartas y los discursos de la agenda de protesta, las voces de los manifestantes expusieron su repudio por lo que se calificó de dictaduras con sus líderes Vladimir Putin, de Rusia; RecepTayyip Erdogan de Turkía y Donald Trump, de Estados Unidos, este último objeto de la mayor crítica, al considerar que su presencia en el Gobierno estadounidense lesiona los principios de democracia tradicionales en ese país.

“La protesta involucra las políticas de austeridad de Angela Merkel, extendida globalmente por medio de la Cumbre” manifestó Jan van Aken, miembro del parlamento por el partido de izquierda Die Linke. La señora Merkel es canciller de Alemania, es decir la alta magistratura de ese país, cargo que en su momento ocupó Adolf Hitler.

El diputado de izquierda agregó que con los honores de altos huéspedes que se les dio a Putin, Erdogan y Trump, los hizo “sentir como en su casa”.

En el caso de Trump tal vez no fue así, pues fue manifiesto su disgusto por cierta indiferencia manifiesta por representantes de los 42 estados asistentes a la Cumbre, incluyendo al primer ministro canadiense Justin Trudeau, quien tiene sus razones para no tener simpatía por el gobernante pues sus autócratas acciones han buscado lesionar los intereses económicos de Canadá.

El repudio a Trump fue expuesto también en contra de su esposa Melania quien se quedó con “los colochos hechos” cuando una multitud le impidió la salida el viernes por la mañana, cuando se aprestaba para concurrir a un agasajo para las esposas de los líderes mundiales quedando restringida en su hospedaje donde la corte de sus estilistas se habían esmerado en dejarla como una reina, para envidia de las otras primeras damas.

Sin embargo, allí como en los Estados Unidos, el papel de Melania, como primera dama, casi le ha sido arrebatado por la hija del presidente, Ivanka Trump, quien incluso llegó un momento que ocupó el lugar asignado a su padre en la sala de conferencias de la Cumbre, cuando Trump, aburrido, como en eventos similares, se retiró a un descanso. Pero Ivanka no habló para nada sentada en ese privilegiado lugar, a lo mejor con la vanidosa esperanza de solo ser admirada por los delegados.

El resumen es que del evento, como en los anteriores de ese rango, no parece haber salido nada bueno para los países subalternos, que no sea para afianzar las riendas del capitalismo en el mundo, lo cual, como siempre, justifica las protestas aún con sus consecuencias como en Hamburgo, la segunda ciudad de Alemania, caracterizada por su atractivo para el turismo, seducido por su publicitada belleza y su antiguo semblante románico y porque, además, parece que allí sí se pueden saborear las auténticas hamburguesas y no las imitaciones consumidas en otras partes del Globo.

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