Eduardo Blandón

Muchos de los problemas que hemos tenido en el país tienen que ver no solo con la ausencia de liderazgo de los gobernantes, reflejado en personalidades autoritarias, endebles, inseguras e irresponsables, sino también con una falta de visión que nos ha impedido cuajar proyectos que en la actualidad nos tendría en un lugar más cómodo del que nos encontramos ahora.

Los presidentes han llegado en el mejor de los casos a sacar la tarea. Y de nada les ha valido la asesoría de políticos con inteligencia más o menos privilegiada. Esos que han presumido (y presumen aún) un pedigrí que a la hora de la verdad no le ha servido al país. Solo ellos se han beneficiado en las labores del Estado porque su compañía ha sido más bien decorativa.

Cada cuatro años los gobernantes conforman equipos, esperanzados en que su actividad impacte a la población. Sin embargo, se abandonan con actores advenedizos que regularmente no tienen buena intención. Llegan muchos de ellos para medrar, hacer currículum y principalmente a robar. Y cuando son honestos, les falta cintura política, experiencia en la administración pública y sentido de la oportunidad.

De ese modo pasa el tiempo y Guatemala continúa pertinaz y segura, camino a la ruina. Los optimistas afirman que hemos avanzado, ya no hay guerra fratricida, se acallaron las armas y los índices de violencia han disminuido. Incluso en el tema de justicia se han dado grandes pasos, defienden. Muchos se olvidan, sin embargo, que la pobreza se ha extendido más y la desesperación no da tregua, provocando las oleadas de guatemaltecos que emigran fuera del país.

Se afirma que Guatemala es un país encaminado con buen pie al siglo XXI y que el desarrollo se ve reflejado en la estabilidad económica. Pero se olvida que la educación está en alas de cucaracha y los hospitales en ruina. El ciudadano es un alma indefensa porque rige la más vulgar ley de la selva. Un país al borde de la ingobernabilidad, con políticos (en su mayoría) atracando al Estado.

No se trata de esperar un mesías, un político al estilo de esos héroes que presentan las biografías que inundan las editoriales. Más bien es una reflexión para provocar una mejor cocción pública en el que se privilegie a los desamparados, se evite el latrocinio y se pongan las bases de un Estado justo. Gobiernos liderados por políticos capaces de trabajar con una brújula orientada a espacios alternos y humanos, un lugar de oportunidades que alejen la pobreza y atraiga el bienestar para las mayorías.

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