Edgar Villanueva
Ayer tuve el gusto de compartir ocho horas con mi padre mientras intentábamos llegar a Puerto Barrios, Izabal. Fue un gusto porque pude platicar la mayor parte del camino con mi viejo, a quien cada día veo menos y a quien cada día extraño más. Lamentablemente para nosotros, la alegría de viajar de nuevo juntos fue acompañada de sentimientos de tristeza y rabia, al experimentar el estado de la carretera que nos lleva a la Tierra de Dios, el cual es un vivo reflejo del «estado de las cosas» en nuestra Guatemala.
Mi padre lleva más de cincuenta años de transitar la carretera al Atlántico y juntos llevamos más de treinta años de experimentar sus cambios, mejoras y deterioros, pero pocas veces la hemos visto en tan mal estado como ahora. Estamos hablando de la carretera que conduce el comercio nacional e internacional hacia dos de los tres puertos principales y la cual conecta al menos cinco de los diez departamentos con mayor actividad económica del país, y pareciera que lleva abandonada al menos un par de décadas.
A lo largo de la ruta se ven diversos tipos de asfaltos, unos más dañados que otros, concesionados en diferentes Gobiernos a diversas compañías privadas y públicas sin que alguien se haya preocupado de su mantenimiento, iluminación o señalización. Transitamos en asfaltos concesionados a dedo, descuidados y de mala calidad, producto de favores y generadores de coimas y corrupción, en los cuales se ven reflejados los Gobiernos de nuestro país.
De igual manera se refleja nuestra visión de corto plazo y la preferencia de nuestros líderes de salir en una foto cortando un listón, que arriesgar un poco más por dejar una obra que corresponda no al país que somos, sino al país que queremos ser. En nuestro camino, tras librar las interminables colas producidas por ampliación de la cinta asfáltica, llegamos a darnos cuenta que nuestros «visionarios» gobernantes decidieron ampliar la carretera de dos a cuatro carriles y sin mucho análisis podemos concluir que cuando finalicen las obras se darán cuenta que necesitaban al menos otros dos carriles para responder a la necesidad de mover personas y mercancías de manera ágil. Lo «bueno» es que esto será una buena excusa para pedirle otra «donación» a Taiwán o para quedar bien con otro financista constructor.
Señor Presidente, los guatemaltecos estamos esperando todavía una acción que nos evidencie su deseo de hacer las cosas de manera transparente y para beneficio del país. No lo piense mucho, el mejoramiento y desarrollo de la carretera al Atlántico, así como de otras obras de infraestructura que son vitales para el desarrollo nacional, podrían ser proyectos donde nos demuestre que «ni corrupto, ni ladrón» y que también sean legados de su gestión para el país. Si usted propone proyectos abiertos, ágiles y ambiciosos, que permitan la participación activa de los sectores involucrados, seguramente estos le permitirán enfocar los esfuerzos nacionales en temas donde todos transitamos hacia el mismo lado.