Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

No hay día en el que los guatemaltecos no debamos lamentar la pérdida de vidas humanas que afectan a todos los estratos sociales del país porque la cultura de la muerte nos ha invadido. No importa si es por robar un celular, por consumar una venganza, por el cobro de una deuda, una extorsión o por el simple hecho de que un desalmado decide que alguien más ya no «merece vivir».

Todos los días, a pesar de los esfuerzos de la PNC que me constan, hay familias desechas y marcadas para siempre por la problemática de la violencia, pero lo más preocupante del asunto es que esta es una situación que no va a terminar porque las raíces del problema son demasiado profundas y no están siendo atacadas.

La violencia es una consecuencia directa de la falta de oportunidades, de la corrupción y la impunidad. Hay muchos que ante la falta de educación, optan por engrosar las filas del crimen y aunque aprenden a vivir una vida en extrema volatilidad, buscan sacar el mejor provecho mientras dure, apostándole a que el sistema de corrupción e impunidad les puede devolver la oportunidad de mantenerse en la calle haciendo de las suyas.

Ser criminal ha sido muy rentable económicamente puesto que la gran mayoría de ellos hacen más dinero que quienes trabajan de sol a sol de forma honrada, sacrificando a sus familias y durmiendo poco porque sus jornadas arrancan muy temprano y regresan a sus casas muy tarde. Y si a eso le sumamos el colapso de nuestro sistema judicial, el panorama no es alentador.

En Guatemala hoy podríamos hacer una redada nacional y capturar a los más de 40 mil mareros que se estiman, pero en cuestión de horas tendríamos miles de jóvenes que llenarían ese vacío porque somos una sociedad que no tiene la capacidad de incluir en el sistema educativo a 2.5 millones de jóvenes y a 30 mil bachilleres que no logran entrar a la Usac.

Solo porque Estados Unidos está cerca es que tenemos millones que han buscado una oportunidad digna antes de sucumbir a las tentaciones, pero sumando todo, el horizonte no se ve tan claro. Si usted platica con cualquier político, nunca obtiene respuestas ni ve la implementación de planes que nos hagan pensar que solo debemos aguantar unos años más el caos porque se ve luz al final del túnel.

Es más, debemos reconocer que nosotros en la misma sociedad, no hemos tenido la capacidad de convertir nuestras frustraciones, dolores y preocupaciones en acciones que nos hagan ejercer una ciudadanía diferente que nos permita tener mayor incidencia en el cambio y en el futuro.

Ya somos una sociedad que vemos los hechos criminales que no llevan aparejada la muerte como «normales» y le damos gracias a Dios de que «no haya pasadoa a más». Eso demuestra que estamos resignados y peor aún, inmovilizados porque aunque sepamos que hacer, no reaccionamos.

Detener la delincuencia por completo en el país será imposible porque delincuentes hay hasta en los países más desarrollados del mundo, pero disminuir la barbarie y privilegiar más la vida sí son extremos que podemos alcanzar si nos lo proponemos y para ellos urge reformar el sistema de justicia y la matriz de oportunidades.

La situación del país no nos debería dejar dormir porque debemos entender que por cada guatemalteco que dejemos atrás, más cuesta arriba se hace lograr el objetivo del cambio.

Todos los días, a lo largo y ancho del país, se derraman lágrimas por la violencia y sus efectos. Debemos tener la capacidad de convertir esas lágrimas en gasolina que ponga a caminar el carro que nos lleve a un cambio, y así tener una Guatemala más segura, que solo se logrará si somos más incluyentes, menos impunes y corruptos.

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