Luis Fernández Molina

Una economía se mueve al ritmo con que se mueven sus transacciones. Son los engranajes aceitados de una gran maquinaria que se mueven al unísono. Las operaciones más dinámicas son las ventas de acciones y de inmuebles. En cuanto a las primeras, circulación de acciones casi no tenemos por cuanto no contamos con un verdadero sistema bursátil. Existe bolsa de valores nominal, pero nunca como aquellas turbinas potentes que mueven las economías desarrolladas. En relación a los inmuebles las ventas se han reducido a niveles preocupantes. Son varias las razones que inciden en ese declive, veamos.

Es importante recalcar que en las decisiones económicas inciden las circunstancias externas, las condiciones del mercado. Es algo que no pueden negar ni los más acérrimos defensores de los sistemas socialistas. Al final «el mercado» se impone. Viene ello a cuento porque todos los actores parecemos como aquellos animalitos que olfatean el aire para discernir por el aroma la situación climática, la proximidad de pastos y los factores de riesgo como proximidad de predadores.

Factor psicológico. Cuando son inciertas las señales climáticas de la economía los actores prefieren hacer una pausa. Esperan a que se aclare el horizonte. Hemos vivido situaciones turbulentas desde el 2015 con las acciones judiciales, la expectativa del nuevo gobierno, la Presidencia de Trump, las restricciones a la migración, la temida reducción de remesas (que afortunadamente todavía no se ha manifestado), el fortalecimiento del quetzal, entre otros. Estamos aprendiendo los chapines a convivir en medio de los vendavales financieros internacionales: los altibajos de las monedas. Hemos tenido relativa estabilidad y de esa cuenta los bienes se valuaban en una «doble contabilidad», en quetzales y en dólares. Por ejemplo, Julia López apreciaba su terreno en veinte mil dólares o Q160,000. La ecuación era estable y eso la tranquilizaba. Ahora alguien le ofreció ayer los veinte mil dólares, pero ella no acepta porque, multiplicados por 7.4 son 148,000 quetzales, doce mil menos de los 160,000 en que lo tiene valuado. Julia prefiere no vender hasta que se «acomode» la situación del dólar; pero no se va a estabilizar porque ese vaivén es una de las características de los mercados vigorosos. El dólar es otro valor que sube y baja.

El valor de matrícula. Todo propietario tiene en mente dos precios: el de matrícula y el comercial, valores que siempre han estado divorciados. Una casa de cien mil dólares aparece inscrita en solo Q50,000. Si se escritura una venta con el valor bajo de matrícula se pagarían Q1,500 de timbre (3%) y no tributaría por ganancia de capital porque no lo habría. El comprador seguiría pagando el mismo impuesto inmobiliario (IUSI), bastante bajo. Hasta hace unos años así funcionaban las cosas, pero van cambiando. En primer lugar, por los ajustes en los controles tributarios, la declaración jurada del valor y, sobre todo, por la trazabilidad del dinero de la transacción. Al depositar el cheque que realmente pagó el comprador, del banco puede preguntar «¿Y ese cheque de que es? Enséñeme la escritura.» Si la venta se hizo por los Q50,000, entonces «¿por qué se deposita un cheque de Q750,000? En su defensa frente a lavado de dinero el comprador admitirá que fue por la venta de una casa, admisión que llevaría la confesión de una defraudación tributaria. Por lo mismo los precios de la escritura deben coincidir con los depósitos. Eso está bien porque así establece la ley que debe cumplirse. Empero, si los costos colaterales de la venta son muy elevados para los contratantes preferirán hacer negocio en el futuro. (Continuará).

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