René Leiva

Al cabo de un cierto trayecto, después de buen trecho lectural, conviene hacerse la pertinente observación de que no obstante la atmósfera y el ambiente percibidos no son para nada inusitados, insólitos, inquietantes…, más bien lo contrario – -una ciudad cualquiera, una disciplinada institución estatal, un oficinista cumplido y un tanto encogido- -, que los elementos reactivos de la narración no contienen tóxicos, abyección alguna o mínima brutalidad – -la búsqueda de una mujer desconocida cuyo nombre cualquiera en una ficha aparezca por azar, acaso, entre otras fichas de personajes famosos- -, a pesar de esa en apariencia simple e inocua historia, su tejido elemental, atenuado, ¿por qué la vehemente pero cauta atracción desde el primer párrafo o más bien desde el enigmático epígrafe y a través de los episodios en que costumbres y cotidianidad, en ese contexto, como la puesta de una inyección y un plato de comida caliente para el enfermo don José, alcanzan resonancias un punto inauditas? Pues parece casi obvio que la contradicción, la complejidad, la íntima confrontación está precisamente en la lectura, ciertamente exacerbada por el texto, lectura que puede ser leve, distraída y olvidadiza, o puede ser tan concentrada como para asignarle peso atómico a una sola palabra sin límites de tiempo.

No entre paréntesis, una muestra del recato ajeno a la hipocresía en don José, de un pudor genuino, de casta en vías de extinción, es, a la hora de la inyección, su predilección por el término glúteo, preferible a nalga y por supuesto que a culo. Y no es que don José sea quisquilloso explícito en estos asuntos anatómicos; más bien es deducción del relato que lo conoce mejor que él mismo, por supuesto.

Por muy indulgente e incluso complaciente trato que la narración dé a don José, no puede ni debe evitarse el empleo de las expresiones que precisamente expliquen y definan y aclaren su estado deplorable – -físico, mental, emocional- -, ya en su casa, al cabo de su episodio de fin de semana en la escuela. Incluso el propio don José no quiere ni sabe cómo dar un embozo indulgente y acaso sonriente a su infortunio, a las inevitables consecuencias, por ahora inciertas, de subvertir el orden. La efectividad del orden social depende más de la autorepresión del individuo, sus miedos atávicos y los inducidos, en necesaria concatenación/fusión con otras individualidades. Una sola es la llave del orden para sus muchas y diversas cerraduras.

Tenía que excentrarse don José, desviarse, tomar un atajo, divergir, desrutinarse, desmismizarse… para, el cabo de veinticinco años como cumplido funcionario menor de la Conservaduría General, enterarse por un enfermo también sin nombre, enterarse, caer en la cuenta, advertir… sobre las apariencias y las supuestas casualidades, el poder casi omnímodo del conservador, la información sobre sus subordinados que maneja, la diferencia esencial entre significado y sentido de las palabras incluso las más comunes. ¿Quién no se entera de improviso, un día cualquiera, de lo que ya sabe, y la certeza lo perturba?

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En el país de la eterna, llamado Guateanómala, los sistemas político, legislativo y judicial, por lo menos, son simpáticos títeres manipulados por la economía en sus diversas manifestaciones y gradaciones, según reciente descubrimiento del investigador independiente Perogrullo Morales C.

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