Eduardo Blandón

Pocas cosas vuelven vulnerables a la ciudadanía como el atender las palabras que pronuncian los políticos.  Escucharlos es un ejercicio de conquista donde hasta el más renuente sucumbe a los cantos de sirena.  Suelen tener el don, lo cultivan y están habituados a seducir a los oyentes que, incautos, están propensos a asentir.

Es inútil repetir el consejo de que se atiendan los hechos, no los discursos.  Insistir que los políticos, como los empresarios, tienen una agenda que sigue sus intereses.  Que si se consigue un beneficio, distinto a su capricho, es producto de una conquista a la que acceden solo de mal modo, como una concesión inevitable, productor de un dolor que los dispone para la venganza próxima.

Muy pocas cosas buenas salen de los políticos porque no está en su ADN.  Su naturaleza suele ser perversa, egoísta y llena de ambición desmedida.  Si habla del bien, es porque trama algo.  Si trabaja con disciplina, es por alguna empresa de envergadura propia.  Si de pronto se vuelve pío, es porque quizá quiere expiar alguna culpa, pero siempre, a menudo, para recobrar fuerzas y volver a la piara que es el lugar que le corresponde naturalmente.

Por ello, no es de gente lista creer que del seno del Congreso de la República, sin que la ciudadanía se involucre y presione, nazca una reforma política de trascendencia nacional para beneficio de los guatemaltecos.   Los cambios solo son posibles, en ese lugar como en otros, gracias a la participación ciudadana que insiste, se involucra e impide que la clase política actúe en virtud de sus propias fuerzas.  No hay otro camino.

Pensar en cambios en virtud de protestas cómodas en las redes sociales, no es más que la expansión del imaginario mágico que confía en milagros.  Creer en una especie de providencia divina, irruptora de las leyes naturales para imponerse a fuerza de lo extraordinario.  Nada de eso es posible en pleno siglo XXI (y la verdad es que nunca ha sido así).  Pongamos un bozal a los políticos para que callen y trabajen según los intereses de todos.

Artículo anteriorEvolución
Artículo siguienteNo se vale manipular la democracia