Juan Jacobo Muñoz Lemus

A veces cuesta entender en dónde está uno parado y qué cosas hacer. Como protagonistas de nuestra vida, actuamos en un escenario social representando un papel de un argumento escrito por la cultura. Podemos improvisar de vez en cuando, pero en general conocemos las líneas.

Débiles en comparación de los animales, somos menos dependientes del instinto y aprendimos a ser, vamos a decir, inteligentes. Podemos escoger entre distintas formas de vida y, ya sea individualmente o en grupo, tenemos motivos, metas y ambiciones no siempre iguales, pues lo que nos distingue a los humanos es el resultado de lo que cada uno aprende.

Somos producto de la evolución social y también producto de la cultura, y como especie inteligente, al menos cognitivamente; hemos alterado a la naturaleza, y aun sin intención, nos hemos transformado a nosotros mismos dentro de la creación de un mundo complicado con ideas y marcos sociales.

Es innegable que todos hemos nacido dentro de alguna forma de sociedad y en una cultura llena de normas, valores, preceptos, prejuicios y dogmas que hacen una lista cambiante, pues perteneciendo todos a distintos sistemas, vemos como cada institución tiene principios, dentro de subculturas con reglas propias donde habitan mandatos y prohibiciones; e incluso las cosas que se pueden creer, sentir, pensar, decir y hacer y las que no.

Sometidos a distintas influencias, formamos sociedades organizadas en grupos humanos y tenemos una cultura que deriva del aprendizaje por medio de la experiencia de otros. Ambas, sociedad y cultura en cambio continuo, atraviesan períodos de equilibrio y de inestabilidad que muchas veces no percibimos porque nuestra historia personal pertenece a un tiempo tan corto, que como miembros de una época, la sentimos como algo fijo.

Con nacionalidad, clase social, familia y época, somos de una generación con influencias y requerimientos particulares, y con algunas potencialidades alentadas por la educación y la cultura y otras inhibidas, por no encajar con los intereses imperantes. Con necesidad de pertenecer y ser miembros, respondemos a grupos humanos que utilizan el premio y el castigo, y hacemos lo que nuestra sociedad quiere.

Todo se llenó de mentiras, se naturalizaron muchos fenómenos como la violencia, la corrupción, la impunidad, el racismo, la misoginia, el poder familiar y muchas cosas más, ante las que solo decimos: “Aquí, así es”.

Sosteniendo que todos los seres humanos somos iguales, que lo espiritual es lo más importante y que en nombre de Dios hacemos todo; nos rasgamos las vestiduras ante cualquier catástrofe que nos conmueve hasta que llega la próxima. Presuntamente buscamos la verdad mediante la exposición y confrontación de argumentaciones, pero no sucede, porque no atendemos hechos sino conclusiones prefabricadas. Por eso, aunque digamos que los seres humanos son iguales, ninguno es igual a otro porque la constitución biológica, la cultura y las oportunidades no son las mismas para todos.

Afortunadamente en cada ciclo de la historia hay inconformes y rebeldes, creadores de nuevas ideas e innovaciones que promueven el cambio cultural y social. Jesucristo, Copérnico, Darwin, Marx y Freud, son solo algunos.

Y si faltara algo, cualquier análisis para que sea completo, debe incluir el reconocimiento del sistema económico imperante, o como dijo el economista John Maynar Keynes: “Cuándo los hechos cambian, cambio de opinión”.

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