Alfredo Saavedra

Desde Canadá.- José de Arimathea, importante miembro del Sanhedrin y un potentado ciudadano de Judea, inmediatamente después de la crucifixión de Jesús, acudió al pretor Poncio Pilato para pedirle la recuperación del cuerpo del Nazareno. Siendo reconocida la influencia de Arimathea por Pilato, accedió a la petición, quien de inmediato se dirigió al Valle del Gólgota para cumplir con lo pedido al gobernador romano.

Ayudado por Nicodemus, un su colaborador fariseo, se procedió al descendimiento de Jesús, cuando habían pasado no más de tres horas de su crucifixión y lo llevaron al sepulcro propiedad de Arimathea, no lejos del sitio de la ejecución. Esa misma noche José con su acompañante fueron a la tumba llevando consigo medicinas de primeros auxilios en un exitoso esfuerzo para revitalizar al herido y así salvarlo de la muerte que, según los Evangelios se produjo en la cruz.

En un apunte del libro sobre usos y costumbres en tiempos bíblicos, del autor James M. Freeman, se asegura que algunos de los atormentados con el castigo de la crucifixión, tardaban tres o más días en morir, por lo que es de deducir que Jesús no había muerto en la cruz cuando fue liberado por sus providenciales salvadores. El mencionado autor cita a un doctor de Stroud, quien afirma que en la crucifixión morían los condenados por y no por pérdida de sangre que en condiciones normales es la principal causa de muerte. No era particular la crucifixión, un castigo limitado a los dominios romanos, pues era practicada en territorios como Persia, Asiria, Cartago, Egipto y parte de la antigua Germania, según se anota en el mencionado libro.

El investigador Michael Baigent, basado en los manuscritos del Mar Muerto, señala que Jesús, tan pronto es rescatado por Arimathea, es llevado a lugar seguro para evitarle riesgos de descubrirse su paradero, que para los judíos y los romanos la versión de su resurrección y “elevación al cielo” satisfizo sus temores de una nueva presencia del considerado Mesías.

Cabía la posibilidad de que Jesús, hubiera encontrado refugio temporal en la casa de sus amigos, el resucitado Lázaro y sus hermanas Marta y María, siendo esta última, según hipótesis, María Magdalena, quien según Baigent sería “la mujer” de Jesús y, por consiguiente, quien le acompañaría en lo que se convertiría el exilio del Nazareno.

Jesús, como lo harían muchos más perseguidos por los judíos, viajaría a Egipto, lugar de su conocimiento pues los 18 años, que forman un vacío de su existencia, antes de reaparecer en Jerusalén a los 30 años, el supuesto es que ese período lo habría pasado en Egipto, donde reafirmó su doctrina formulada en el contexto evangélico.

Conforme los Evangelios y el credo del Cristianismo, Jesús, al resucitar al tercer día de ser sepultado, se fue al “cielo” en cumplimiento de su postulado de que “su reino no era de este mundo”, mientras que en tributo de los estudios con base en los mencionados manuscritos y los posteriores de los pergaminos localizados en las grutas de Qumran, Jesús tuvo una existencia prolongada hasta la senectud.

En libros sin respaldo científico, se expone que Jesús viajó durante su vida después de la crucifixión, por la región del Asia. Así se afirma que se estacionó por algún tiempo en Cachemira, territorio actualmente en disputa entre la India y Pakistán, lugar donde hay erigida una ermita que conmemora su presencia allí.

Los mormones proponen la tesis de que Jesús estuvo en América, pero como las otras especulaciones, no es tomada en serio. Sin embargo, de ser cierto, se hubiera adelantado a los españoles, para hacer una conquista pacífica y no la violenta perpetrada por los invasores.

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