Lucrecia de Palomo

Al llegar a la Plaza de la Constitución (para muchos Parque Central) son varios los escenarios que llaman la atención. A primera vista, lo que más se denota son las bandadas de palomas que revuelan de un punto a otro del Palacio Arzobispal a la fuente, a la Catedral, al Portal y al Palacio Nacional. La vista, sobre todo para los pequeños, es fascinante. Además, la mayoría de seguidores de la Biblia piensan en la paloma que Noé utilizó para saber si ya podía salir del arca; así, también, viene a la mente la figura del Espíritu Santo. Quienes han tenido la oportunidad de visitar otros países y sus plazas, pueden darse cuenta que el fenómeno es similar.

Al moverse del Parque a la Catedral, los sentimientos para el visitante ya no son los mismos y aquella sensación idílica del ave de la paz pasa a ser de otro tipo. Se denota la destrucción en las piedras de la fachada de la iglesia por corrosión, ocasionada por las defecaciones y la suciedad que estos animales ocasionan en todo el entorno. Un edificio tan bello y que representa toda una ideología en el país, está carcomido, lleno de heces fecales de pájaro. Se percibe una especie de lepra en sus paredes, que como dicha enfermedad, poco a poco (casi en silencio y sin dolor) va despojando a las estructuras de su belleza.

Estas aves, indefensas en apariencia, son peligrosas; el daño a las plazas, los monumentos y por supuesto a los edificios es irreversible por los hongos y bacterias que se implantan en el abandono de esas construcciones. Se sabe que esos excrementos representan un riesgo latente para la salud de las personas y taponean desagües. En nuestro clima su reproducción es fenomenal, son capaces de empollar dos crías hasta tres veces durante el año, lo que hace que en un año se cuadripliquen.

Al estar en la Plaza y pensar en las palomas, la Plaza y las construcciones que se deterioran, inmediatamente viene a la mente una analogía: palomas igual a corruptos. Al hacer un análisis comparativo podemos darnos cuenta que las similitudes son extraordinarias. Se reproducen en un clima propicio de una manera profusa y en todos los lugares donde “cagan” se corroe. Poco a poco, sin casi darnos cuenta, y muchos fascinados por sus movimientos, sus discursos y sus programas sociales, avanzan y se propagan cual bacterias y hongos adueñándose de las estructuras y las fachadas de las instituciones. Pero la similitud mayor es que si no se toman las medidas necesarias para hacerles un alto, acabarán con lo que está a su alrededor.

El Estado se organiza para el bien común, nuestro sistema de gobierno, tanto el Organismo Judicial como el Legislativo y el Ejecutivo necesitan urgentemente una limpia muy similar a la que debe hacerse en el Parque y los edificios aledaños. Si queremos conservar esas bellas construcciones para el futuro, se deben tomar las decisiones pertinentes y que están dentro de la ley; dando la cara, diciendo por qué se hace y qué es lo que debe hacerse. Se deben afrontar con valentía esas acciones, sin dejarse amedrentar por esas organizaciones que se autodenominan civiles que dicen tener siempre la razón, así como de medios de comunicación que parecieran ir contra el sentido común. Lo políticamente correcto no es necesariamente lo correcto y al hacerles el juego a esas criaturas dañinas, la mayoría de la población permanece en silencio por miedo al qué dirán, o a qué me harán. Se debe hacerle frente a unas situaciones enfermizas, a esa lepra que carcome, pervierte y galopa.

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