Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Hay que entender que lo ocurrido en el mal llamado Hogar Seguro Virgen de la Asunción y el reclusorio Etapa 2 es totalmente distinto porque las víctimas del primero eran menores que estaban bajo la tutela del Estado, mientras que en el caso último eran menores en conflicto con la ley y otros que permanecían recluidos luego de haber cumplido la mayoría de edad. Pero indudablemente se pone de manifiesto la debilidad institucional para administrar hogares o reclusorios que, en todo caso, deben ser administrados por personal calificado para el cumplimiento de sus respectivos fines, pero que en el desbarajuste al que se ha llevado al Estado, son encomendados a gente sin experiencia ni capacidad.

Lo que ha ocurrido posteriormente, con el ataque indiscriminado contra agentes de la Policía Nacional Civil, constituye una agresión al Estado mismo como reacción de grupos organizados que se nutren con una juventud que ha sido históricamente abandonada por la misma sociedad y no, como algunos creen, simplemente por sus padres porque aquí estamos frente a un problema estructural que va mucho más allá de eso por las condiciones de vida que imposibilitan, de plano, todo concepto de integración familiar como puntal para ofrecer alternativas a nuestros jóvenes.

Viendo los rostros de los agentes de policía muertos y conociendo de primera mano el sufrimiento de tantas familias de agentes que han muerto en el cumplimiento de su deber, no puedo sino sentir una tremenda congoja porque atrás de cada una de esas muertes hay terribles dramas que afectarán para siempre a todos los deudos. Podemos analizar el problema que se vive desde la perspectiva política o aún desde una más amplia perspectiva social, pero es imperativo que lo veamos como un drama humano porque es justamente eso lo que hay en cada uno de esos casos de miembros de las fuerzas de seguridad que mueren en actos de servicio, provocando una pérdida que nunca se puede reponer.

Por años hemos ido perdiendo respeto por nuestra fuerza pública y muchas veces la gente expresa que los policías generan más temor que confianza. Sin embargo, como ocurre en cualquier actividad humana, de todo hay en la Viña del Señor y son muchos los agentes que se entregan con mística a su trabajo para proteger a la ciudadanía y asistirla en cualquier circunstancia. Lo que hace un policía que se sale del guacal recibe toda la atención porque no se espera de ellos actitudes criminales o delictivas, pero lo que cotidianamente hacen los agentes probos y honrados no llega al conocimiento público, acaso por sentimos que simplemente los que así actúan están, al fin de cuentas, cumpliendo con su deber.

Estamos en una ruta sumamente peligrosa de una agresión sistemática al Estado representado por sus fuerzas de seguridad y el riesgo de llegar a situaciones extremas como las que se han vivido en El Salvador, por ejemplo, es muy alto. La sociedad tiene que cerrar filas ahora en la condena de estas agresiones y en la solidaridad con las familias de los agentes muertos, sabiendo que por mucho que hagamos, nada llenará jamás el vacío provocado.

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