María José Cabrera Cifuentes
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La debilidad de las instituciones estatales cada vez se hace más obvia. Existen dependencias grandes y fundamentales para el funcionamiento del Estado y la procuración de la mejora de la calidad de vida de los guatemaltecos cuya importancia es evidente para todos. Sin embargo, existen otras casi desconocidas que son igualmente importantes, pero que por distintas circunstancias su relevancia no es reconocida y por eso continúan siendo dejadas de lado.
Tal es el caso de las instituciones dedicadas a producir la inteligencia de Guatemala, esa que nos serviría no solo para reaccionar ante situaciones existentes sino para prevenir y diseñar un curso de acción para aquellas que podemos prospectar. Lamentablemente, nuestra historia reciente, especialmente el conflicto armado, nos condena a satanizar a la inteligencia y verla como un mal y a quienes la producen como un grupo de conspiradores al acecho de la ciudadanía para cortar las cabezas que puedan maquinar ideas contrarias a las de la línea de gobierno, sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad.
La inteligencia no se reduce al espionaje, al “conejeo”, al seguimiento ni al sonsacamiento. Tampoco es igual a la reacción ante eventos coyunturales ni a meras tácticas que deben ser puestas en práctica para mitigar una situación determinada. De esto sacamos la importancia de la inteligencia estratégica, una disciplina poco entendida y olvidada por los ciudadanos y por el mismo Estado.
El objetivo de la estrategia es, a través de un análisis retrospectivo y prospectivo, proporcionar herramientas que permitan y faciliten a los tomadores de decisiones el ejercicio de sus funciones alineados con los intereses permanentes del Estado. Se parte, en palabras de José María Argueta exsecretario de Inteligencia Estratégica, de definir a la estrategia como la lógica detrás del plan, mientras que la táctica se constituiría de los elementos concretos del mismo.
Sin embargo, este gran objetivo es frecuentemente olvidado y aparentemente su importancia es invisible para todos. A la inteligencia no le interesa únicamente los temas de seguridad pública, no se focaliza solamente en la desarticulación de bandas criminales, incautación de drogas, localización de prófugos y otros similares. Aunque lo anterior es parte de su qué hacer, su campo trasciende a todos los temas relacionados con la Seguridad Nacional, es decir, todos los que tienen relación con el cuidado de la calidad de vida de los habitantes de un Estado y de los intereses permanentes del mismo, en el caso de Guatemala, plasmados en nuestra Constitución Política, esto para asegurar la estabilidad y la promoción del desarrollo.
A pesar de conocer su importancia, las instituciones de inteligencia continúan siendo el patito feo del Estado. Me consta que a través de los años, en el caso particular de la SIE distintos secretarios, tal el caso del actual, han tenido ideas geniales acerca de la reorganización de la misma y de la optimización de su funcionamiento, también me consta que ha habido secretarios también bastante incompetentes. Conozco también el esfuerzo que se tiene a lo interno para la capacitación del personal, esfuerzo que resulta ser en vano por la rotación constante del mismo, cada cambio de autoridades. Sé también cómo año con año se va reduciendo su presupuesto, limitando cada vez más su campo de acción y alejándolo de contar con los recursos que una verdadera agencia de inteligencia debería tener.
La inteligencia es fundamental para encaminarnos por el sendero que nos llevaría a donde queremos llegar como país. Hasta que no se tomen acciones como el establecimiento de la carrera de inteligencia y la inyección adecuada de recursos para su funcionamiento óptimo es difícil que podamos avanzar. La mitigación de eventos coyunturales es importante, sin embargo, es mucho más relevante poner la vista en plazos más extensos para asegurarnos no solo de mitigar sino de potenciar las oportunidades que pueden sacarnos del abismo en el que estamos.