María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

No puedo más que escribir estas líneas que son producto del enojo y la rabia desbordada, de ese malestar que desde hace casi una semana se ha intensificado, pero que ha estado vivo en mí desde el momento en que tomé conciencia de la realidad de este país.

Hace unos meses describía el dolor que me causa Guatemala, ese dolor que se ha agudizado con la muerte de 43 niñas en un hogar erróneamente llamado seguro, y si, quizá es el tema que la mayoría de quienes tenemos el privilegio de compartir nuestra opinión en medios de comunicación ha abordado en los últimos días, y es probable que muchos de los lectores estén ya deseando leer sobre una cuestión distinta, pero mi compromiso con Guatemala no me permitió dejar de mencionar ciertos puntos.

“Crimen de Estado” gritan todos por doquier, y vaya si no lo fue. La negligencia de las autoridades es más que obvia y es quizá la parte que más duele. Desde hace mucho tiempo, las alertas estaban encendidas con el rojo más brillante. Para nadie, ni siquiera para los que desconocemos en gran medida el funcionamiento del centro, era un secreto el infierno que en el lugar se vivía día con día. Sin embargo, nadie se interesó por actuar que, como diría el Presidente, es la parte más difícil, pero la obligación de aquellos a quienes les hemos cedido nuestra cuota de soberanía a través de la mal llamada representación democrática.

Sin embargo, para hablar de Estado no podemos olvidar a los otros dos elementos que la teoría política toma en cuenta para concebirlo como tal: La población y el territorio. Al decir que fue el Estado, estamos diciendo también que fue la población, que fuimos nosotros y nada es más cercano a la realidad. Estamos acostumbrados a lavarnos las manos y a esperar que papá gobierno venga a resolvernos todos los problemas. Nosotros también decidimos cerrar los ojos día a día no solo a la situación del Hogar Seguro “Virgen de la Asunción” sino a realidades igualmente deplorables que van haciendo la herida de nuestra Guatemala cada vez más purulenta y podrida. El territorio tiene cabida aquí porque es verdaderamente un crimen que siendo su posición geoestratégica ni los gobiernos, ni los habitantes hayamos sabido hasta ahora aprovecharlo para sacar a esta enferma terminal, nuestra Guatemala, de la agonía y la miseria.

Muchos han querido pintar a las niñas como víctimas y otros como suicidas. Es cierto, a algunos se les olvida que fueron ellas quienes iniciaron el fuego, pero no puedo dejar de imaginarme la desesperación por los vejámenes ahí sufridos que les llevó a tomar tal decisión, sabiendo quizá que si algo salía mal su fin podría ser el que tuvieron. Hay un factor del que pocos han hablado, pero que es fundamental en este asunto y es la responsabilidad de las familias. Para muchas de ellas resultó muy cómodo ir a tirar a las niñas a un centro “especializado” porque ya no podían lidiar con ellas, porque les causaban problemas, porque no tuvieron la capacidad de inculcarles valores y principios en el inicio de sus vidas, ahora son las mismas familias que lloran y reclaman al Estado, pero que tienen su porción de culpa en esta tragedia.

Como siempre, en este país enfermo de muerte, no faltó quien quisiera aprovecharse. Unos reclamando que era un crimen del “neoliberalismo” (¡Por Favor!), otros criticando que la izquierda quería tomar partido, otros pidiendo resarcimientos (¿Qué se puede esperar? Si es a lo que hemos acostumbrado al pueblo), otros cuestionando a quienes condenamos la muerte de las menores, pero hace unas semanas nos tirábamos de los cabellos manifestándonos en contra del barco del aborto (Comparación ilógica ya que ambas desbordan muerte, solo que en etapas distintas de la vida), y la lista se hace larga. El problema es que muy pronto se deja de ver el fondo del asunto y como en la mayoría de problemas que aquejan a este país, dejamos de verlo en términos colectivos para volvernos sectarios e individualistas.

Guatemala está de luto pero ¿Qué hacemos con él? Seguiremos llorando a nuestras niñas, pero en unos meses nadie hablará del caso. ¿Decidiremos voltear a ver a las realidades que nadie quiere ver, o seguiremos con los ojos cerrados? ¿Vamos a hacer un cambio en nosotros mismos para dejar de poner nuestro granito de arena en corromper a la sociedad? Guatemala está de luto, pero siempre lo ha estado, el luto lo llevamos sus hijos por dentro y lloramos a nuestra madre con lágrimas de sangre. Si el gobierno, y nosotros mismos, no decidimos hacer un cambio, deberíamos mejor dejar la bandera a media asta por los siglos de los siglos, y deambular por las calles con la conciencia tranquila porque Guatemala está de luto, y esa palabra por sí misma pareciera lavar nuestra culpa. Ese luto sin acción no es suficiente, no son necesarias las manifestaciones, ni encender velas, ni llevar pancartas, –tampoco digo que esté mal– es necesario estar dispuestos a accionar desde lo individual para incidir en lo colectivo, es necesario exigir al gobierno electo por nosotros que actúe, aunque sea difícil. Que en paz descansen las 43 jovencitas, y que su muerte no haya sido en vano.

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