Eduardo Blandón
La muerte trágica del elevado número de niñas y adolescentes la semana pasada nos pone no solo con los ánimos bajos, decepcionados y sin apenas esperanzas de un futuro promisorio para nuestros hijos, sino también con una especie de conciencia de vivir empantanados, en un ciclo malévolo en donde priva la violencia, el latrocinio y la muerte.
Con todo, hay que seguir bregando para salir del atolladero. Por ahora, investigar lo que parece un hecho inexplicable y castigar a los responsables. Pedir al gobierno, además, una atención más primorosa o cuanto menos decente para el sector juvenil, tan abandonado en nuestra sociedad. Se trata de privilegiar la inversión de un sector capital en el desarrollo del país.
La muerte masiva de niñas y adolescentes, se suma al olvido estatal de los desnutridos en algunas regiones de Guatemala, a la violencia y abuso sexual, y a la falta de equidad que priva de oportunidades a las mujeres en beneficio de la sociedad patriarcal. Es un horizonte fatal enquistado en una mentalidad cavernaria e incivilizada.
Es preciso, en tales circunstancias, abrirnos no solo a nuevos paradigmas que nos permitan superar las taras ideológicas que nos tienen postrados, sino también establecer posibilidades en el marco de la ley que ofrezca otros espacios. Asimismo, en lo económico, hacer mayor esfuerzo por atender al grupo marginado, condenado a su propia suerte.
Mientras no lo hagamos, las noticias seguirán recordándonos la injusticia estructural que vivimos, productor de abusos y muerte. Pero no es ni será lo peor. La línea trágica apunta a una sociedad que indolente, sucumbe ahogada sin apenas salvarse a sí misma. Muerta por estupidez existencial.