Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Eran las 9:04 horas cuando sonó el chat de nuestra Redacción. Ingresó un mensaje redactado rápidamente, pero que transmitía esa angustia que uno siente cuando se entera de que algo malo pasó: «amotinamiento en Hogar Seguro Aldea Las Anonas San José Pinula centro de Rehabilitación», seguido de «Me voy para allá» y los copio textuales porque ese mensaje sin puntuaciones denotaba pena, más cuando es escrito por una periodista profesional.

Sigue sonando el chat con otras noticias que va transmitiendo nuestro equipo (si no el más, seguro que uno de los más comprometidos con cambiar Guatemala) y a las 9:44 entra el fatídico mensaje: «Reportan 17 muertos y 30 heridos en el Hogar Virgen de la Asunción».

En medio de mi perplejidad, agarro el teléfono y llamo a quien desde julio de 2015 entró a mi oficina y me dijo que quería abordar el tema porque algo muy malo le pasaba a los jóvenes del hogar, y me refiero a Mariela Castañón. Cuando contesta mi llamada solo escuchó llanto y lágrimas, esas que uno derrama cuando se pierde a un familiar.

«No tengo palabras para consolarla. Si alguien sabe lo que para usted significó esa problemática soy yo», le dije y solo me contestó: «nadie hizo nada ante las incansables denuncias, quizá esperaban que esto pasara para reaccionar, y esos jóvenes solo pedían atención de la sociedad».

No pude hacer mucho en los siguientes diez minutos, porque mi lucha siempre ha sido para que los que tenemos oportunidades no nos acomodemos en el reino de la pobreza. Si una denuncia de este tipo hubiera sido sobre el colegio de mi hijo, seguro que las reacciones sociales habrían sido diferente de parte de las clases dominantes y con mayor poder para incidir y tomar decisiones. No me canso de insistir en que esa no puede ser la Guatemala del presente y menos la que estemos armando para el futuro.

Casualmente, ayer los líderes indígenas salieron a decir: «saben qué, no vamos a ser obstáculo para que las reformas pasen», y con eso callan las voces que nunca discutieron las reformas más allá del 203; los opositores al derecho indígena (que necesitó ser delimitado y clarificado para evitar la estéril discusión que se dio) han dicho que salvo eso, apoyan la ya «parchada» reforma, pero ahora veremos si es cierto.

Pero traigo a colación eso porque cuando es algo de los grupos vulnerables o decimos mucho en contra (derecho indígena) o no decimos nada a favor (Hogar de la Virgen de la Asunción), pero cuando son los ganaderos quienes encierran a los congresistas para asegurar sus beneficios, ese mismo sector que se oponía a tener dos Guatemalas, no dice nada de que vayan a existir regímenes fiscales demasiado especiales para algunos.

Y es ahí donde realizo que al final del día nuestra indiferencia sí causa daño e incluso causa muertes. Siendo ciudadanos de este bello, pero atormentado país, no podemos ser indiferentes. Ser indiferente en Noruega, por ejemplo, que tiene indicadores de desarrollo humano altísimos quizá se entiende porque muy poca gente se queda atrás.

Pero ser indiferente cuando aquí al menos el 60% de nuestra gente ya se quedó atrás condenada para siempre, cuando casi 3 millones migraron tomando el camino de la muerte para buscar un mejor futuro y cuando tienen que morir 31 jovencitas para que pongamos atención a un problema (sin hablar de la corrupción, de la impunidad, del secuestro del Estado, del financiamiento electoral y un largo etcétera), es definitivamente una cuestión de vida o muerte.

Si de esta no atinamos a cambiar la forma en que ejercemos ciudadanía, si no nos dejamos de preocupar más por los animales que por los seres humanos (aunque no sea de nuestra raza o clase social), la Guatemala que le heredemos a nuestros hijos será peor de la que hoy tenemos. Como siempre, de usted y de mí depende.

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