Estuardo Gamalero

«No basta con decir la verdad, más conviene mostrar la causa de la falsedad». Aristóteles.

En la jerga chapina, una chamusca es un juego informal de fútbol u otro deporte, en la cual las reglas se aplican a discreción y en donde los participantes únicamente intentan divertirse. Un partido es lo mismo, pero en el cual el cumplimiento de las normas no son opcionales.

En la homografía de ambos conceptos, podríamos decir que hay chamuscas políticas, pero aspiramos a tener auténticos debates y por supuesto partidos políticos.

En la actualidad, varios temas legislativos, judiciales y sociales de gran importancia, se vienen tratando con las características de una chamusca, es decir, al margen de las reglas de un Estado de Derecho.

Los partidos son vehículos por medio de los cuales se materializa la participación de los ciudadanos en «la cosa pública». Estos constituyen la herramienta fundamental de la «representatividad» entre una ciudadanía votante y quienes resultan electos.

Lo anterior es fundamental, pues de lo contrario es muy difícil que el funcionario público haga carrera, transmita credibilidad y eventualmente se dignifique su gestión.

Si el país funciona tal cual chamusca, ¿Cómo podemos construir mejores y auténticos partidos políticos?

¿Qué debemos hacer para tener verdaderas y sostenibles organizaciones políticas, no simples franquicias electorales?

Ambas son preguntas muy importantes, las cuales invitan a un debate de ideas y experiencias, que, sin lugar a dudas, deberían fortalecer nuestro modelo democrático y por ende el sistema republicano al que aspira una sociedad en la cual el Estado se encuentra al servicio de la población y no uno en el cual las personas estemos sujetos a la merced y arbitrariedad de un Estado cooptado o intervenido.

Pero la pregunta más importante en mi opinión es: ¿Por qué queremos mejores partidos políticos? y los invito a que visualicen rápidamente si es una necesidad real o inventada.

En las últimas 3 o 4 elecciones generales, la participación de la población ha sido altamente aceptable, alrededor del 70%. No obstante, debemos preguntarnos, ¿realmente esas personas que han llegado al poder, nos han representado adecuadamente?

¿Saben ustedes quiénes son los diputados que personalizan a su distrito electoral o si el Alcalde de su localidad realmente pertenece a esa comunidad? En todo caso, ¿tienen acceso o comunicación con ellos?

La respuesta muy probablemente es no. Peor aún, resulta que las personas con comunicación directa a los políticos, sean exclusivamente quienes los financiaron, les proveen popularidad en medios de comunicación o peor aún, quienes conocen sus falencias pasadas y les presionan para conseguir leyes, favores u objetivos al margen de la ley y la razón, que para algunos son justificados y para otros no.

Cuando hablo de partidos políticos, me gusta hacer la analogía de una máquina que sirve para hacer limonada. Podemos tener la mejor maquinaria, pero si no logramos llevar a ella limones, ciertamente obtendremos de todo, menos limonada.

En organizaciones políticas, esto presenta dos retos: I) quiénes y cómo seleccionamos a las mejores personas para que sean nuestros gobernantes y nuestros representantes: alcaldes, diputados y por supuesto el binomio presidencial con sus respectivos Ministros y Secretarios; II) quiénes de ustedes están o estamos dispuestos a participar.

Esa participación no se refiere imperativamente a inscribirse en un partido u ofrecerse como candidato. La participación activa de los ciudadanos va mucho más allá. Se refiere e implica informarse, cuestionar, fiscalizar y exigir que nadie actúe por encima de la ley, ni siquiera en aquellos casos en los que la presión ciudadana, sectorial o internacional aplaude o tiraniza.

Los eventos del pasado proceso electoral dejaron escritas en piedra, varias cosas importantes: 1. La población cada vez cree menos en las ofertas falsas de los candidatos; 2. La clase política debe reinventarse, alternarse y filtrarse si quiere subsistir; 3. Asimismo, surgió una participación ciudadana bastante más activa que demandó reformas a la Ley Electoral.

Si bien esas reformas electorales apuntaron en la dirección adecuada para combatir las enfermedades políticas, es de sabios reconocer que no son suficientes para prevenirlas y eventualmente corregirlas. Por ejemplo, fuimos testigos de cómo los «políticos de turno» encontraron la manera para no abordar y permitir que la ciudadanía tuviese una mejor manera para hacerse representar y participar en el Congreso. Este sin lugar a dudas, es un problema de fondo en la problemática nacional que debe abordarse con urgencia y sobre todo madurez.

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